Volviendo a la isla. No he visto
Juan Antonio Gallardo «Gallardoski».- He visto a un perro más grande que yo corriendo por la orilla, persiguiendo tontamente a las gaviotas que apenas se asombraban de la corpulencia canina y menos de sus ladridos tan familiares. Casi cotidianos.
He visto a una pareja de jóvenes caminando a pocos metros del perro- sería suyo- abrigados como para irse de fin de semana a Laponia. El brazo del chico sobre el hombro de ella y ella agarrada a la cintura del muchacho. Componían una bella postal todos ellos; perro, gaviotas, pareja y orilla.
He visto a una señora en el café, dolorida porque, parece ser, que la nuera no la ha avisado para una paella que tenían prevista hoy en la parcela. “Las hijas son de las madres” ha sentenciado su interlocutora con gran seguridad. Y la afrentada ha subrayado que sí, que sí, que a la consuegra, madre de la paellera por lo que se ve, sí que la han invitado, pero como su niño tiene perdido el seso por esa novia suya, que mala no es, pero que tiene menos detalles hija, hay que ver.
He visto a un abuelo guardando cola en el puesto de churros, con su gorra calada y su bufanda de a cuadros y el diario de Cádiz bajo el brazo, diciéndole a la churrera que añada al cartucho cuatro o cinco porras para su nieto, que a él, al chiquillo, le gusta mojarlos en el cola-cao. No he visto al nieto, pero he imaginado que están de guardería los abuelos, porque los padres se habrán ido el viernes de parranda por ahí, y el nieto es el rey de la casa durante esta mañana y tendrá churros y chocolate y el cariño de la abuela que abronca al abuelo porque ha tardado mucho y ya iban a desayunar sin su compañía. Pero ellos saben que es mentira.
He visto a un músico callejero disponiendo el escenario a la entrada de una calle comercial. Afinando un poco la ajada guitarra y abriendo ceremoniosamente la talega adonde deberían ir, si es que se da bien la mañana, las monedas y si la cosa está de lujo; algún billete.
He visto a dos policías municipales escrutando una línea amarilla y dilucidando si la pisa o no lo pisa- la raya- un coche gordo que andaba allí aparcado. Parece que sí, que la pisa y han echado unas cuantas fotografías antes de colgarle en el parabrisas la sanción. Luego se han montado los dos en el coche hablando de sus cosas, de las horas extras, del jefe que es un cabronazo y del equipo de fútbol de la localidad. La multa se ha quedado allí, colgada como un heraldo que le dará el día de fiesta al propietario del coche gordo.
He visto a dos chicas hablando casi con las manos, de tanto como las movían y avisándose la una a la otra de que a la comida de navidad, si va la Charo, ellas no van, porque esa – la Charo- va a la comida para coquetear como una zíngara loca en cuanto se toma dos copas de vino con media plantilla y da hasta vergüenza. Y con novio, que es lo peor. Que el novio anda que no tendrá nada sobre la cabeza el pobrecito.
He visto a un señor hablando con el teléfono móvil a grito pelado. Que no, que no estoy dispuesto a pagar otro mes de televisión gratuita. ¡Gratuita! Me dijeron ustedes, y ya van cuatro recibos y eso es un robo, mire usted. Y póngame con alguien que me puede tramitar la baja, pero ya. Lo he mirado, porque al principio pensé que me hablaba a mí. Pero como la conversación era sencilla y yo, otra cosa no, pero los contextos los pillo al vuelo, le he hecho con el dedo pulgar el signo de okey , para que vea que soy un hombre solidario.
He visto a un hombre con un libro de poesía de Juan Bonilla bajo el brazo y escuchando a través de sus auriculares la canción de Leonard Cohen “ Waiting for the Miracle” que dice en traducción libérrima algo así como: “Las arenas del tiempo fueron cayendo / desde tus dedos, desde tus manos, / y tú sigues esperando / por ese milagro/ ese milagro por venir” Ah, pero no era otro hombre, no era l`autre, que diría Rimbaud, que era yo mismo reflejado en el espejo de un escaparate .
He visto a otro paisano haciendo malabares para que el puto cajero automático lea el código de barras de la factura de Endesa, indignado por la inflación y por la mansedumbre con la que nos la estamos comiendo con papas y rabioso por la impiedad con que tratan a los rotitos del mundo las- así llamadas- entidades financieras y sus muertos. Eso: sus muertos, lo ha dicho en el instante de mi paso por su lado más de siete veces, como una letanía de cólera: sus muertos, sus muertos…y así.
No he visto al indigente, al vagabundo, a esa exótica figura híbrida entre un Quijote teutón y un actor que un día tuvo que ser guapo, interpretando el más duro de los papeles. No he visto al mendigo alemán de la calle ancha, porque se ha muerto.