Volviendo a la isla. Columna arrinconada
Juan Antonio Gsllardo «Gallardoski».- Las señales del más allá tienen, por lo general, un componente de cachondeo místico que, a poco que indaguemos, se manifiesta para ruborizarnos ante esa urdimbre de falacias a la que nombramos “lo desconocido”
Cómo podremos tomarnos, si no en broma, aquello de “vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero, porque no muero” con la que la santa interpelaba a dios padre o, a lo mejor a un novio secreto. No sé si será por el signo de nuestra época, pero a mí me suenan a coña marinera esos versos. Si bien la versión o el plagio, a saber, de San Juan de la Cruz, parece todavía más humorística:
Entréme donde no supe/ y quedéme no sabiendo, /toda sciencia trascendiendo. /Yo no supe dónde entraba, /pero cuando allí me vi./Vivo sin vivir en mí/ Vivo sin vivir en mí /y de tal manera espero, /que muero porque no muero. /En mí yo no vivo ya, /y sin Dios vivir no puedo.
Ese “éntreme donde no supe” y al final quedarse no sabiendo, posee un rasgo humorístico muy propio de los poetas del siglo de oro, como si dijéramos una moda de la poética de entonces.
El mismo San Juan podría ser declarado el primer existencialista, mucho antes de los tediosos amagos de Sartre y de las brillantes perplejidades de Camus, cuando afirma con esa consternada certeza lo bien que sabe de la fuente que mana y corre…aunque sea de noche.
Mira que hay evidencias del polvo que seremos, hoy día ceniza inmediata con esta corriente funeraria del crematorio, de la pira, como los indios. Pues nada; ahí andamos con el afán de trascendencia que ha generado tanto horror, sí, vale. Pero que ha permitido tanto prodigio humano.
La música de Mozart, la escritura de Cervantes, el asombro de Velázquez y un David de Miguel Ángel que desafía la cárcel de piedra desde su desnudez y sobre el que el mismo Miguel Ángel escribió: “Vi el Ángel en el mármol y esculpí hasta ponerlo en libertad”
Sin voluntad de trascender este episodio breve de la propia vida, poca cosa haríamos más que pacer y mugir, exactamente como ese en el que andas pensando, oh querido lector.
Toda esta disquisición viene al caso, porque yo también he vivido fenómenos paranormales en primera persona. Lo que sucede es que los míos son, como casi todo lo de uno, más pueriles, más de andar por casa.
Hace muchos años, me senté en una barca de Bajo de Guía a plantearme qué iba a hacer con mi escritura, si seguía con los poemas y las canciones o si me metía en la novela para ganar algo de pasta. Tenía las ínfulas como los gallos de pelea los espolones; a tope.
Mientras pensaba estas tonterías, pude observar que una hoja de periódico volaba hasta la barquita aquella (no me dirán que esto no tiene pinta de cuento de Paulo Coello antes de ponerse ciego de té paquistaní con pastas de Persia) Recogí la hoja del periódico de la arena y resultó la hoja, lo juro por mi retrato, una de las contraportada del periódico del pueblo y como yo por entonces ya solazaba a la afición con mis artículos precisamente en la contra, pude verme allí. Mirando desde unas gafas de sol en la foto de la columna, a la cara de mis posibles lectores.
Me enviaba el más allá una señal, estaba claro. Creo, ahora que lo pienso, que esta historia si no la he contado por escrito, se la he soltado a algún amigo. Porque está bastante bien, ya digo, como las del Coello ese, pero la mía sin royalties ni nada.
El caso es que gracias a la señal del altísimo que está en todo (por lo de la ubicuidad y eso) tomé la determinación de seguir escribiendo lo que más o menos me viniera en gana.
Y eso, querido amigo lector, es lo que como ves he hecho hoy, más de veinte años después. Me da a mí que toda esta columna arrinconada es otra señal. Ya veremos qué anuncia.