Volviendo a la isla. Ayer, hoy y mañana

Gallardoski

Juan Antonio Gallardo «Gallardoski».- Para Luis Rodríguez y para Martina.

Tienen los platos, los tenedores, las cucharillas, el menaje del hogar para entendernos, un no sé qué de memoria inmediata. 

Ese grano de arroz que se ha pegado en una esquina de la porcelana testimonia que anoche tuviste apetito y en vez de nuestra frugalidad acostumbrada a la hora de la cena, se te antojó la guarnición de arroz tres delicias rodeando como un ejército de cereales la soledad de un huevo frito que, por cierto, también ha dejado sus marcas amarillas, un ADN de la víspera que ahora, mientras quito el fregado, no sé por qué, me conmueve. ¡Qué raro es todo!

Pero sé que influyen en este estado de ánimo que mientras aplico el estropajo y el jabonado producto de limpieza escucho la música de J.J Cale, qué tío. Cada vez me gusta más esa voz sin pretensiones que susurra siempre desde un desierto de blues, country y melancolía. No llores hermana, cantan J.J. Cale y su coro,  y la guitarra puntea cada frase del estribillo con una solvencia que estremece.

“Dont`Cry Sister” canto yo a mí vez y ella se asombra de que tarde tanto tiempo en acabar con la faena. 

-Pues todavía le queda al disco media hora y yo trabajo como los flamenquitos con el compás y el tempo. 

Después me he sentado en lo que hemos llamado “rincón de la lectura” 

Fuera el viento sopla amenazando con esa lluvia que llevan anunciando toda la semana y aquí no termina de llegar. A este rincón le tiene uno un gran cariño, acabamos amando las cosas que nos han llegado de la amistad y del respeto. 

Aparte del desorden de los libros en el velador, de alguna carta todavía sin abrir- ya mañana lo hago- y de esa cuartilla con un primer verso de un poema que verás lo bueno que va a terminar siendo si lo acabo- ya lo haré mañana- aparte de todo eso, este rincón lo hemos decorado con cuadros que me regala el pintor Luis Rodríguez. 

Luis Rodríguez y yo no nos hemos visto nunca. Él vive en Palencia y yo ya saben ustedes dónde y cómo más o menos vivo. Yo le mando mis libros (sin alevosía, con mi cariño) y él me regala obras de arte que hacen mejores nuestras paredes y guapean nuestro espacio, nuestra mirada. 

Nos hablamos por teléfono, nos enviamos buenos deseos y en ocasiones ponemos vestido de limpio a algún escritor, pintor, músico…lo que viene siendo una amistad en la distancia. 

Luis es un tipo nada complaciente. Lo que le gusta lo defiende con vigor, lo que le desagrada lo testimonia expeditivo. Pero lo que ama, ay amigos, lo que ama está a salvo bajo su manto de fidelidad y de compromiso del acecho de los lobos. 

Digo esto porque me encargó mi amigo, que tanto me da y que nada me pide, que le escribiese unas palabras de felicitación a su nieta Martina. Llegados a este punto debería puntualizar que Martina es una joven brillante y sensible que significa para su abuelo la constatación de todo lo bueno que habita en este mundo que a veces no entiende, la esperanza hermosa que muchas veces tienen los más viejos del lugar, Luis Rodríguez es un octogenario con el vigor de un muchacho de dieciséis cuando se trata de apasionarse por algo. 

A Martina la conozco a través de mi amigo. Y ya representa también para mí esa certidumbre de que a pesar de la maledicencia de los maduros que sólo se fijan en los borricos púberes, que los hay a mansalva, avanza con decisión una nueva generación que escribe, pinta, compone canciones, estudia, trabaja y ama con la maravillosa ingenuidad de su momento y son ellos y ellas los que propician el hallazgo, la sorpresa. La ilusión. 

Ellos que han crecido más o menos en libertad, que se acercan al arte, a la política, al sexo sin las ataduras paletas con las que otros tuvimos que hacerlo. 

Ellos que tienen que enfrentarse con la facción cafre de su época, que tendrán que arrinconar la reacción y la mojigatería de los meapilas y los ofendiditos. Ellos que deberán buscarse la vida en trabajos de mierda y a pesar de todo seguirán empeñados en el más noble de los objetivos: ser felices. 

Mi amigo Luis mira a su nieta Martina como un viejo que mira el futuro desde la generosidad y el arrobo que le produce comprobar que sí, que hay futuro, pese a los punkis y sus adláteres anarco individualistas que ya no creen en nada. Qué plomos, qué aburrimiento de muecas. 

Así miraba yo, imitando a mi amigo,  a la chica que me corta el pelo en la peluquería y me cuenta parte de su vida, así miro yo al joven que reparte paquetes y sonríe en la puerta, mientras ya está mirando la próxima dirección de su condición de Meteoro con contrato basura. Así a la camarera que me ha preguntado con una voz dulce si mi café era con sacarina (me habrá visto gordo, o algo) y con ese respeto escuchaba yo al veinteañero cantautor que amagaba sus acordes en el escenario con una seguridad en su voz y su palabra estupenda. 

Hay una legión de cabrones  y cabronas sin alma que hacen perrerías por el mundo joven; los institutos, los parques de la botellona, los bosques lúbricos y las carreteras comarcales por las que van a toda velocidad como si hubiera un sitio al que llegar antes que nadie. Pero anda que no hay cuarentones, cincuentones, sexagenarios estropeando el mundo cada día, presidiendo tribunales fachas, señalando con el dedo la libertad de los otros, explotando a chavales y pitando sus cláxones como maniacos en las carreteras comarcales. 

Y junto a los vándalos, están Martina y está mi amigo Luis, su mujer Aurora. No me voy a incluir en la parte buena , porque sería lo que faltaba que dirá el tonto de turno. Pero si me consideran, me agasajan con sus regalos, confían en mí, tampoco voy- diga el tonto de turno lo que diga- a meterme en el saco feísimo de los malos. Aunque sólo sea porque quiero caminar junto a esta gente. 

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