Volviendo a la isla
Juan Amntonio Gallardo «Gallardoski».- El vienes estuvimos en la presentación de “Para que vuelvas hoy” la última novela del escritor Eduardo Mendicutti.
Una deliciosa muestra del talento narrativo del autor donde se dan cita, como es habitual en él; la destreza evocativa, el humor, la sátira social y la finura léxica. Pero todo esto luce esta vez enriquecido por algunos hallazgos poéticos conmovedores, que tal vez, sean consecuencia del hermoso suceso que dio lugar a la historia que no deja de ser melancólica: La fugaz, pero determinante, relación del poeta Marcos Ana, tras salir de las cárceles franquistas (esas que pronto dirían los amigos ponentes de lujo de Pablo Casado, que existieron por culpa del Frente Popular) con Isabel, una prostituta cuyos recuerdos, ya en los días de vejez, recrea, es decir; inventa, Mendicutti en la novela.
“Morirse una, qué disgusto” pone Mendicutti en boca de su protagonista y se nos queda esta frase en la cabeza como un aforismo de esos que frecuentan la sabiduría popular y que pueden ponerse, sin ningún rubor, al mismo nivel que muchas de las sentencias y donaires del bueno de Juan de Mairena.
Porque como digo, hay lirismo, humor y sabiduría en esta novela de Eduardo. Del sanluqueño Eduardo Mendicutti. Subrayo esto de la procedencia, porque yo, si mandase en algo (en mi hambre sí, como el jornalero mítico que desdeñó la oferta del cacique para comprarle el voto) y viniese o anduviese por mi pueblo un escritor de su talla presentando una novela, anda que no iba a ir a saludarlo y a declararle mi más distinguida consideración.
Más aún, si como es el caso, el autor célebre y respetado a nivel nacional tanto por la crítica, como por el público, ha querido que la mayoría de su obra en prosa se desarrollara en un territorio que él ha llamado “Algaida” y en el que -para lo bueno y para lo malo- los paisanos podemos reconocernos e identificarnos continuamente. A lo mejor va a ser eso; que a los nativos les disgusta que les saquen sin filtros en la foto, que se vean los atavismos y las costuras de la aldea, que no los saquen siempre guapos y escamondados.
Pero incluso así, incluso si no me gustase el escritor, por su adscripción ideológica, por su peinado o por sus amistades peligrosas, me daría lo mismo, porque tendría que reconocer la labor de promoción de la ciudad que a través de su obra ha ido, desinteresadamente, realizando. Como Barbino y Bigote, pero con la posibilidad de quedar en la historia de la literatura, que tiene más recorrido, qué quieren que les diga, que la historia de las tortas de camarones.
Ya te digo; lo mismo aprovechaba el evento de la presentación de su última novela, para entregarle una placa a él, y ya puestos al librero que lleva tantos años dejándose la piel porque su librería sea un referente cultural y no la típica papelería al uso que tanto les gusta a los vecinos para ir a comprar un rotulador o la hoja parroquial, también conocida como semanario independiente.
No estamos contentos con nada. Yo me doy cuenta de eso, porque pienso mucho las cosas. Si en cada acto cultural o literario que se organiza, casi siempre fruto de la iniciativa privada, apareciese por allí uno del equipazo de gobierno, alguno de nosotros diría:
–Míralo, ahí lo tienes dándose pisto y queriendo capitalizar el sarao. ¿No tendrá otra cosa que hacer, este pájaro?
Pero también resulta extraña la ausencia casi militante de autoridades en estos bonitos momentos literarios de la ciudad en verano.
Podría venir el señor delegado discretamente, como hacía, por ejemplo, Fernando Valencia, un amigo mío que anduvo en esas pendencias de las moquetas y los despachos un breve espacio de tiempo. Creo que iba en la cuadrilla del señor Antonio Prats, con el partido andalucista que se quitó una día la S de socialista (se llamaban al principio PSA) y practicaban un maridaje localista y populista que tuvo cierto éxito durante un rato.
Pero nada, ni rastro, como si temieran que les dijéramos algo feo, nosotros “los intelectuales de la aldea” que somos los chicos y chicas más agradecidos del baile, a poco que nos den una palmadita de consuelo en nuestras letraheridas espaldas.
A lo mejor al principio podemos parecer un poco ariscos, por la falta de costumbre. No hay problema; enseguida nos aclimataremos. Como dice Isabel en la novela de Eduardo:
“Le acariciaba como hay que acariciar a un hombre que lo está pasando mal, y después empecé a acariciarle como hay que acariciar a un hombre cuanto ya está pasándolo bien”