Volviendo a la isla

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Cantos de vida y esperanza.

Juan Gallardo «Gallardoski».- Olvidaremos esta locura pronto, ya casi pertenece al territorio mítico del pasado la soledad que vivimos hace nada, un suspiro.

Aquellas calles desiertas ocupadas por la alegre barahúnda de los pájaros, aquellas terrazas vacías, aquellos agónicos carteles que anunciaban “comida para llevar” como último recurso comercial de aquellos hosteleros que no tenían, precisamente,  otra forma de llevar comida a sus casas.

Los supermercados y su bullicio de carritos de la compra, los protocolos, las manos limpias y casi traslúcidas, los paseantes de perros, los perros paseando.

El trayecto hasta el contenedor de la basura cada anochecer como liberación, como los ratos de patio en la cárcel de Puerto Dos. Los aplausos desde los balcones. La perplejidad. La angustia frente a los televisores de  un país entero.

Ahora miro las terrazas llenas de alegría y de esperanza, los camareros haciendo malabares con sus bandejas entre la clientela, los reencuentros de amigos y familiares, las colas de automóviles en los semáforos.

La vida cotidiana desperezándose del letargo, tratando la vida cotidiana de obviar los mensajes de horror que todavía van llegando.

Y con la vida vuelven las noticias de siempre, las trapacerías de gobernantes y opositores. Lo del indulto y lo del castigo, la venganza y la concordia.

Como si el periódico diario no hubiese aprendido nada tras un año de mierda.

Israel bombardeando Palestina, los rusos y sus amigos poniendo sus caucásicos cojones encima de la mesa de la ONU, los americanos exorcizando al demonio chino, que el ruso les importa ya menos. Los países árabes acogiendo sátrapas regios y echando de su tierra a compatriotas pobres. 

La vida, como en la copla, que sigue igual. Para lo bueno (las terrazas, la alegría, el vino, la fiesta y el baile…las personas) y para lo malo (las amenazas, las bombas, la xenofobia, el machismo asesino…la bestia durmiente)

Olvidaremos esta locura en poco tiempo. Seguirán, seguramente, entre nosotros las mascarillas como prueba de que nada de esto fue un mal sueño, de que todavía andan por ahí los agónicos demonios de la enfermedad.

Y seguiremos viendo brazos.

Fueron primero  los brazos de una generación diezmada por el virus; octogenarios con ganas de seguir viviendo que han resultado ser de lo mejor que teníamos en el país.

Con su disciplina, con su aguante, con su ejemplo.

 Ay, qué emocionante era ver a esas señoras que no enseñaban un hombro desde los años setenta posando para sus nietos en los polideportivos vacunódromos , brazos muy delgados que han pasado por casi todas las intemperies de su época, brazos que son como la piel del siglo XX, maltratados por las guerras y los fanatismos.

Nada más que por eso, por esa bellísima estampa de los viejos dándole otra oportunidad a la vida, merece la pena que arreglemos un poco esto, a ver si cuando lleguen los brazos de los niños y los jóvenes con sus bíceps y su fuerza comenzamos a cambiar el periódico diario, tal vez, si les dejamos, lo hagan ellos y lo hagan bien.

Nosotros lo hemos dejado todo hecho una porquería.

Pero prometeremos cuando la aguja salvífica nos atraviese el brazo no hacer más el idiota. Desterrar el virus del rencor y la barbarie.

A lo mejor me estoy equivocando de vacuna. O es que tengo síntomas, porque hoy con esta luz que nos alumbra y que tantos no verán porque se los llevo la muerte, tan callando, me da la impresión de que el mundo tiene arreglo. Con la razón, con la ciencia, esos detallitos que nos permiten llamarnos a nosotros mismos “seres humanos”

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