Mudanzas y rescates. Caridad y egolatría
Juan Antonio Gallardo «Gallardoski».-Mientras trabajo tengo que escuchar, por cuestiones que no vienen al caso, a una mujer que desde la televisión dice las tonterías que se le van ocurriendo, unas muy gordas, otras menos.
Hace calor y no sé si será esta sensación de asfixia la que me va llenando la cabeza de sombrías
intenciones como al señor Meursault, el aturdido protagonista de la novela “El Extranjero” de
Albert Camus.
Quizá sea esta canícula tan prematura, como a Meursault en el desierto, la que me inspira esta
necesidad de apretar, si no el gatillo, sí el mando a distancia y quitarme de encima el rancio
discurso de la presentadora de televisión. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa.
Está entrevistando, en directo, a una joven que viene de los infiernos de la vida; padres
toxicómanos, un matrimonio roto, un ex marido maltratador, una infancia en casas de acogida
o de misericordia, no sé.
Le ha dicho la presentadora, a la chica, casi dando un saltito como los gorriones cuando van a
por el cacho de pan tirado en la acera:
“Los sueños para que se cumplan hay que soñarlos”
La chica, viniendo de donde viene la mira como miraría a su padre cuando estaba colocado por
lo de la heroína. La presentadora, seguramente una grandísima persona, pretende con su
programa conseguir los cuartos suficientes para que esta chica y su hermana puedan poner un
quiosco de golosinas. La gran ilusión de las dos hermanas.
Se diría que, en lugar de un deforme espejo en el que se están mirando el desastre, la miseria,
la drogadicción, la ruina, el infierno como decíamos antes, estuviera la presentadora,
grandísima persona, insisto, mirándose en otro espejo, en el de su cuentecito de hadas.
Y la grandísima presentadora y mejor persona, fijo, hace unas preguntas, subraya algunos
argumentos, dice en fin, unas tonterías, que me están dando la tarde porque no sabía yo que
como el señor Meursault, fuese a terminar generando la estupidez abúlica y beatífica de la
presentadora esta, tan grandísima y tan buena, este instinto asesino tan extraño, tan
extranjero de mí mismo.
Ojalá llamen muchas buenas almas para ayudarla, porque de eso trata el programa; de caridad
pública y de la exhibición impúdica de la mendicidad y la desgracia, porque sería muy cruel,
demasiado cruel, que nadie lo hiciera, que no hubiesen llamadas para montar el quiosco de
golosinas y haya tenido que pasar la chica esta humillación para nada.
Bueno, para que la presentadora se gané el salario, eructe su insufrible discursito de beata
moderna y para que el público del plató chille y aplauda como en el circo.