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Juan antonio Gallardo «Gallardoski».-El nombre, el butano y teoría sobre las izquierdas

Leí por ahí que Azorín le confesaba en una conversación a un amigo: “Me preocupa Voltaire” y que su mujer, Julia Guinda Urzanqui, se puso la mano en la frente y le dijo al escritor: “Anda, hombre, no te preocupes por esas cosas…” Julia Guinda, que tenía que ser una santa, tenía la razón y tenía el nombre: Julia Guinda. Es verdad que es nombre más para una novela de Baroja que para una de Azorín, que no tenía, por el contrario, el nombre: José Martínez Ruíz, se llamaba el insigne alicantino, y por eso se puso un alias, como los bandoleros, bien bonito: Azorín. Uno tampoco tiene un nombre muy comercial; Juan Antonio Gallardo. Por eso me puse el mote con el que algunos aludían a mis ínfulas canallitas: Gallardoski, que viene de cuando Bukowski y todo aquello…Juan Antonio Gallardo está bien para banderillero o para concejal de pueblo serrano, pero para escritor y poeta no tanto.
José Manuel Caballero, tampoco vale gran cosa, pero luego le añades “Bonald” y se produce un espasmo poético en Argónida.
Federico sí es buen nombre para escribir alta poesía. Federico García ya no. Pero lo mismo que con Bonald: añádele Lorca y ya tienes un eneasílabo perfecto y musical. De Rafael Alberti ya ni hablamos. Todo el Nilo, según Borges, ya estaba en la palabra Nilo, pues todo Rafael Alberti, con su melena blanca y sus camisas de flores y su cadencia al recitar, y sus cantautores cantando sus versos y sus recuerdos perdidos en las arboledas…todo está en su nombre, Rafael Alberti. Así cualquiera.
Hay un escritor divertidísimo y que- me parece a mí- está como una chota, Alejandro Jodorowsky, que en una suerte de biografía que tengo por ahí, en alguna caja, porque todavía (desde septiembre hasta ahora, válgame el cielo) no he terminado de ordenar completamente la biblioteca y que se llama- el libro- “La danza de la realidad” pues ahí se tira este quiromante, un montón de páginas argumentando sobre cómo el nombre condiciona al individuo en su devenir. A él fijo, porque de segundo apellido se llama:

Prullansky, y eso, no sé; en la helada Checoslovaquia será como aquí Martínez, pero en su Chile natal, algo debió de condicionar su infancia. Por cierto, en Chile ya nadie se apellida Pinochet, como ocurre en Italia con Mussolini y en Alemania con Hitler. O será que se lo cambian, como hicimos Azorín y yo para catar el parnaso, pero estos por justa vergüenza de sus asquerosos ancestros.
Hay otras personas que no se lo cambian. Patricia Botín, por ejemplo. Que ese ni a Baroja se le hubiese ocurrido para retratar a una prócer de las finanzas. Y ese “Botín”, ay, qué certero el aguijón del apellido para una banquera. Pues ahí va ella, ufana de su nombre que hasta a Valle le parecería esperpéntico.
Todo esto viene a cuento, porque yo le comentaba a ella que me preocupaba la desunión de las distintas izquierdas y ella, como Julia Guinda a Azorín, me dijo: “No te preocupes por esas cosas, que hay que bajar la bombona llena del trastero”

La bombona llena pesa 26 kilos chispa más o menos. Yo, hace pocos años, cargaba esa bombona sobre mi hombro como si nada. Con esa disposición de ánimo me fui hasta el trastero y la puse ahí, en mi hombro de atlante en retirada.

Llegué a casa como si viniese de echar el rato con el mismísimo Sísifo, o de echarle un cable a Hércules con sus trabajos. Reventado, pero siendo eso ya malo, peor es fingir por una suerte de prurito de masculinidad que uno va como si nada con esa tribulación del butano al hombro.
Como me esforzaba por aparentar gran fortaleza y ningún cansancio, ella me decía, espera que voy a quitar estos trastos del mueble de la bombona, y yo mientras iba desfalleciendo como el soldado que viene de la guerra herido, viejo, sin victorias que contar, no le metía prisa para no descubrir que de un momento a otro me iba a dar la alferecía o el desmayo.
Pues a mí, dije cuando solté la bomba H, que quieres que te diga; me preocupa que la izquierda no camine unida, ah…Izquierda Unida que inventara Don Julio Anguita, que estás en los sueños de la gente humilde.
Y me preocupa ese “Sumar “restando de la difusa Yolanda Díaz. Y ese “Podemos”, sin poderío ni gobierno, y aquel “Adelante”, que parece que va para atrás, porque los nombres determinan muchas veces el futuro y las circunstancias, y en todas esas formaciones veo yo algunas cosas buenas y no tantas diferencias como para ir a las próximas elecciones encabronados los unos con los otros.
Bueno, dijo ella, no te vayas a poner a escribir ahora de Yolanda Díaz, que a mí me cae fenomenal …y echa la camiseta a el lavado, que parece que vienes de echar una peonada…y esto último me lo dijo porque en el corto trayecto del trastero a la casa, había empapado de un sudor delator mi camiseta y todos mis visajes de héroe machote habían sido destronados por la evidencia de mi triste indumentaria.
Al final, frente al postureo y tal como diría mi amigo Alejandro Jodorowsky, en una de sus sesiones de Psicomagia, pingüe negocio que se ha montado el colega para tomarle el pelo a su parroquia de jipis y colgados, son muchas más las cosas que nos unen, que las que nos separan y el peso de nuestra propia historia- como el peso de la bombona- no da oportunidad ni a los disimulos, ni a las cobardías, ni a las fantasías electorales. Los inventos, como se suele decir, con gaseosa. Y con el gas cuidado, que pesa un huevo y puede estallarnos en la mismísima jeta.

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