Proclive y permeable
Fernando Cabral.-Ser proclive, cuando no complaciente, al halago y permeable, cuando no desmesuradamente reacio, a la crítica, a menudo son caras de la misma moneda. No es otra cosa que la conducta de quién busca de forma incesante el reconocimiento de los demás a su labor de la índole que sea y de quien rechaza de forma abrupta la posible crítica a esa misma labor. Son conductas propias tanto del mediocre como elemento de autodefensa como del mesiánico que no acepta en esencia tacha alguna en su proceder.
No es intención hacer una profunda reflexión del perfil psicológico de quien muestra estas conductas. Hay muchos tratados concienzudos existentes sobre el perfil de quien así se comporta y de los riesgos personales y sociales que conllevan, por lo que por razones obvias huelga aquí ahora ahondar en ello.
De forma somera, este tipo de actitudes y conductas se puede dar en cualquier orden de la vida, de tal manera, que cuando se llega a ostentar cierta responsabilidad de la índole que sea, el halago se convierte en elemento indispensable como motor de actuación y la crítica no se acepta como elemento, igualmente indispensable, de reflexión para mejorar.
Aunque es un indudable comportamiento individual y requiere una innegable predisposición en quien así se conduce, hay un componente social coadyuvante a esos comportamientos, tan necesario como perentorio para su existencia.
De tal manera, que ante la existencia de un responsable proclive y permeable al halago y a la crítica, respectivamente, es porque existe un colectivo que fomenta de forma inmisericorde esas conductas. Si mediocre es el individuo, no menos mediocre es el colectivo que lo sustenta. En estas circunstancias, el mediocre hace mediocre al colectivo porque de lo contrario no ostentaría responsabilidad alguna y viceversa, un colectivo mediocre solo puede mantener a un mediocre como responsable del mismo.
Cuando el halago gratuito o interesado a sus responsables o líderes se acepta con normalidad hasta rayar lo irracional, se llega a convertir como forma colectiva de autodefinición y diferenciación de otras entidades sociales. La irracionalidad colectiva llega hasta el límite de que cuando esos mismos responsables son sustituidos por la razón que sea, los nuevos elegidos son tan alabados y agasajados como el anterior sin solución de continuidad.
Cuanto más proclive al halago y reactivo a la crítica sea alguien que ostenta algún tipo de responsabilidad, mayor es su tendencia a rodearse de una cohorte que no escatime en la profusión del halago gratuito y no menos será su tendencia a eliminar o aislar con saña si es necesario a quienes pretenden hacer de la crítica un ejercicio democrático de reflexión para mejorar propuestas y evitar complacencias que eviten el avance en cualquier aspecto.
En no pocas ocasiones, la cohorte de aduladores transciende los límites propios de la militancia orgánica del colectivo del que se trate y se enreda en otras admitidas y asumidas, ya sea de relación personal de amistad o familiar, ya sea más o menos cercana en la creencia como lejana en lo geográfico o desde una docta presunción intelectual. Pero en ningún caso a la voluntad aduladora no se le puede negar ni mucho menos restar, como tampoco es indudable su intención de matar al mensajero que ose poner en solfa la figura del elegido como representante.
En su conjunto, incluyendo los que se atribuyen una impostora aureola referencial, hay quienes no teniendo demasiado interés en parecer ecuánimes y sinceros, prefieren quedar en ridículo con tal que su agasajo sea del gusto de quien pretende agasajar.
Tal como dice el cuento, si el rey pasea desnudo, no es solo porque sea adicto a la coba y reacio al reparo.