
Ombliguismo político
Fernando Cabral.-La tendencia de convertir una crítica a una gestión en un ataque personal o a la propia comunidad que se gobierna suele ser uno de los recursos populistas de una determinada clase política, muy caracterizada por su mediocridad. Es una dinámica común en la política y los debates públicos, donde se busca desviar la atención del objeto principal de la crítica (que suele ser una política, una decisión administrativa o una estrategia de gobernanza) hacia un ataque generalizado que involucra a toda la comunidad o ciudad.
Las autoridades o grupos políticos a menudo tratan de protegerse de las críticas y desviar la atención hacia algo más amplio, como la ciudad o la comunidad, en un intento de minimizar la responsabilidad. Si se plantea una crítica a la gestión, responder señalando que la crítica es un ataque a la ciudad o comunidad puede crear una división y hacer que los ciudadanos se alineen con los gestores actuales, sintiendo que están defendiendo a su hogar de ataques injustificados o de oportunidad partidista.
En algunos casos, se trata de una estrategia deliberada de manipulación para convertir a los críticos en «enemigos» de la ciudad o comunidad, posicionándolos como aquellos que quieren ver el fracaso o la destrucción del lugar en el que viven. Esto genera una polarización que puede ser aprovechada para ganar apoyo popular, aunque, a largo plazo, perjudique el debate constructivo y la solución de problemas.
Apelando a la emocionalidad y defensa del «sentimiento de pertenencia» asociar una crítica a la gestión con un ataque directo a la ciudad puede despertar una respuesta emocional, donde la gente se siente directamente atacada, lo que puede oscurecer la discusión racional sobre las fallas de la administración.
Normalmente, quienes recurren a este tipo de respuestas, lo hacen simplemente porque no tienen argumentos sólidos para defender sus acciones. Este recurso busca crear una distracción, que desvía la atención de las soluciones o mejoras que deberían considerarse.
Estas estrategias diluyen el debate racional y crean un conflicto innecesario entre los que defienden el statu quo y los que proponen cambios.
La clave para superar esta tendencia está en promover una cultura política de diálogo abierto, participativo y constructivo. En lugar de transformar la crítica en un enfrentamiento, los líderes deben aprender a escuchar y considerar las sugerencias de la oposición política y social. La crítica debe ser vista como una herramienta válida para el fortalecimiento de la democracia, no como un ataque personal o una amenaza.
No hay ninguna virtud en hacer trinchera de una circunstancia política o victimizarse personalmente por unas críticas, es, sin embargo, virtud y de inteligentes, convertir la crítica en oportunidad para el diálogo, consenso y acuerdos, sobre todo cuando se gobierna en minoría. Esto no pasa factura, las trincheras y la victimización tarde o temprano, si.
Además, es esencial que los ciudadanos y los actores políticos se involucren en los problemas específicos que afectan a la ciudad y trabajen juntos con complicidad en la búsqueda de soluciones. Algo que suele olvidarse es que la solución a los problemas mediante el diálogo, el consenso y la participación, normalmente siempre beneficia a quien gobierna.
Sin embargo, convertir las ventanas en espejos reflectantes, las conversaciones en ecos reverberantes, la confianza en mesianismo y lealtad claudicante, los equipos en coros y público acrítico y, cuando no, caer en la tentación de abrazar a una bandera o pretender una impropia identificación personal con la comunidad que gobierna ante una crítica son conductas democráticamente poco recomendables aunque puedan parecer eficaces para mantenerse en el poder.
No debe haber nadie al volante en materia de comunicación si todo lo anterior se expresa diciendo : “…intentar hacer daño a quien gobierna y a su gobernanza, en definitiva, es hacer daño a la ciudad o a la comunidad”.
Lo peor es que nada de esto es nuevo, ni nos debería sorprender porque es parte del statu quo.