Matar al mensajero

Fernando Cabral Hidalgo

Fernando Cabral.-La expresión, “matar al mensajero” es una alusión metafórica al acto de culpar a quien trae malas noticias, en vez de culpar al causante de las mismas. Se suele utilizar para hacer referencia a quien trae una mala noticia como si fuera el responsable.

La citada expresión tiene su historia. En tiempos antiguos los mensajes eran llevados por un emisario humano y, a menudo, si el receptor del mensaje se irritaba con la noticia, descargaba su ira contra el mensajero que le traía las malas nuevas. La frase es un ejemplo clásico de la falacia lógica ad hominem, estrategia con la que se intenta desacreditar a la persona que defiende una postura señalando supuestas características o creencias recriminables de esa persona.

Sófocles puso en boca de Antígona que “Nadie ama al mensajero que trae malas noticias”. Plutarco en su obra “Vidas Paralelas” escribe: “El primer mensajero que dio la noticia sobre la llegada de Lúculo estuvo tan lejos de complacer a Tigranes, el Rey de Armenia,  que éste le cortó la cabeza  (…) y se sentó mientras la guerra crecía a su alrededor, dando oído sólo a aquellos que lo halagaran…”.

En la Batalla de las Termópilas, Leónidas mata al mensajero persa con la sentencia “¿Locura? ¡Esto es Esparta!”. Una sentencia que cualquier fanático puede repetir (cambiando el nombre del lugar) para declamar el objeto particular de su apasionada intransigencia.

Como toda otra acción humana, tiene un significado no siempre aparente. El sicoanalista Freud consideraba el hecho de matar al mensajero, figurativa y literalmente, como “una defensa para enfrentar lo insoportable”,  o una forma de intentar demostrar poder en cualquiera de sus formas y facetas.

Por otra parte,  en su versión más actualizada, “Matar” o vilipendiar al mensajero es una respuesta emocional hacia noticias no bienvenidas, que prevalece, aun siendo el método más efectivo para mantenerse fanáticamente desinformado. La furia del fanático contra el mensajero que lo expone a sus errores o incoherencias  es todavía un arma de uso muy extendida. Naturalmente, hoy nuestra supuesta modernidad civilizada no permite matar mensajeros de malas noticias, pero no están a resguardo del todo de la ira de quienes se ven confrontados con verdades opuestas a sus ilusiones, siendo a menudo blanco de sus diatribas, difamaciones y escarnios.

Este tipo de recurso es una técnica retórica poderosa, usada habitualmente por determinada clase política populista y mediocre para convencer a quienes se mueven más por sentimientos y reacciones emocionales que por razones lógicas. No se atacan los argumentos propiamente dichos, sino personalmente a quien los expone y, más concretamente, su origen, raza, educación, riqueza, pobreza, estatus social, pasado, moral, familia, etc. o, llegado el caso, atribuirles intenciones perversas.

Personalizar el ataque es un acto reprobable, ya que quien voluntariamente decide exponer sus ideas en público para conocimiento de la colectividad bajo el formato que estime oportuno, no solo merece todo respeto (aunque no se compartan sus ideas), sino también debería ser objeto de consideración por el solo hecho de sacrificar cierto estatus en pos de sus ideales o coherencia de un proyecto, sean estos considerados de la misma línea ideológica o no.

La verdad sea dicha, cuando políticos y hordas de Trolles controlados por estos atacan a la persona en vez de atacar sus ideas, es por el simple hecho de no tener suficientes argumentos para contrarrestar lo acertado y real de sus mensajes o porque su interés está en no entenderlos o aceptarlos. Es cuando los golpes bajos y críticas barriobajeras salen manifiestamente a relucir como las de concederles intenciones perversas inconfesables al circunstancial mensajero. 

Como no faltarán quienes, de algún modo, se den por aludidos o se vean reflejados, decir que están en lo cierto de sentirme tal cual porque, a su pesar, la verdad de un mensaje no cambia aunque se intente “matar” al mensajero. 

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