Equidistancia y centralidad
Fernando Cabral.-De manera accidental, es decir, no pretendida ni mucho menos recomendada, llegó a mis manos la novela “American Gods” del inglés Neil Gaiman publicada en 2001 que fue adaptada para una serie televisiva de tres temporadas entre 2017 y 2021. Gaiman, destacado autor dedicado al mundo del cómic, la literatura fantástica y el terror, era para mí desconocido y, según he podido documentarme, se trata de un tipo más que curioso e interesante, sobre todo, en su forma de abordar la literatura y, por ende, su manera de mirar el mundo.
Sin ánimo de revelar los detalles de la obra o como se dice ahora, hacer spoiler de la serie ni hacer una valoración literaria de la novela, que me guarde de ello mi irredento agnosticismo, solo decir que trata la historia de un “perdedor” que se ve embarcado en la lucha de alguien que dice ser encarnación de Odín, dios supremo de la mitología nórdica, que está reclutando viejos dioses, cuyos poderes han disminuido por el tiempo y la falta de creyentes, para participar en una guerra contra los nuevos dioses: aquellos que conforman la tecnología moderna. Hasta aquí puedo leer. Aprovecha el autor las vicisitudes del protagonista para describir a su manera lugares tan míticos como reales de la llamada América Profunda y su gente.
No creo que traiciono mi intención si transcribo un pasaje del libro que a mi modo de ver, puede servir como referencia para quienes se pretenden situar ante los problemas en la equidistancia y la centralidad, hecho que muchos querrán ver de trascendencia política, lo más lejos de la realidad o tal vez no. Ahí va:
“Determinar cuál es el centro exacto de cualquier cosa puede resultar, en el mejor de los casos, problemático. Con los seres vivos -personas, por ejemplo, o continentes- el problema es una cuestión de intangibilidad: ¿cuál es el centro de un hombre?
¿Dónde está el centro de un sueño? Y en el caso de Estados Unidos, ¿hay que tener en cuenta Alaska a la hora de buscar el centro? ¿Y Hawai?
Cuando empezó el siglo XX se hizo una gran maqueta de cartón de Estados Unidos, de los cuarenta y ocho estados que había entonces, y para encontrar el centro la pusieron sobre un alfiler hasta que encontraron el único punto donde se mantenía en equilibrio.
Difícil de acertar: el centro exacto de Estados Unidos estaba a unos cuantos kilómetros de Líbano, en el condado de Smith, Kansas, en la granja de cerdos de Johnny Grib. En la década de 1930, los habitantes de Líbano quisieron erigir un monumento en mitad de la granja, pero Johnny Grib dijo que no quería que miles de turistas lo pisotearan todo y molestaran a sus cerdos, y sus vecinos pensaron que quizá tenía razón, así que erigieron el monumento al centro geográfico de Estados Unidos tres kilómetros al norte de la ciudad. Construyeron un parque, y un monumento en piedra para colocarlo en el parque, y grabaron una placa para ponerla en el monumento e indicar que aquel era el centro geográfico exacto de Estados Unidos de América. Asfaltaron la carretera que iba desde la ciudad hasta el parque, y, convencidos de que los turistas querrían visitar Líbano en masa, construyeron un motel al lado del monumento. Llevaron hasta allí una capilla prefabricada. Luego esperaron a que llegaran los turistas: toda esa gente que estaba deseando poder contarle a todo el mundo que habían estado en el centro de Estados Unidos, y se maravillaban, y rezaban.
Los turistas no llegaron. Nadie fue a visitarlo.
Ahora es un triste parquecito con una capilla prefabricada no mucho más grande que una cabaña para pescar en el hielo que no serviría ni para celebrar un funeral íntimo, y un motel con ventanas que parecen ojos muertos.
….. el centro exacto de Estados Unidos es un pequeño parque en ruinas, con una iglesia vacía, una pila de piedras y un motel abandonado…… o es una granja de cerdos.
Lo importante no es cuál. Lo importante es cuál cree la gente que es. En cualquier caso, es algo imaginario. Por eso es importante. La gente solo lucha por cosas imaginarias…..”
Pues eso, que la entelequia de un Gobierno enfrascado en el aciago conformismo de gobernar para no molestar, cuando no, para contentar desde una imaginaria e inopinada centralidad y una equidistancia revisionista del origen de los problemas, se parece cada vez más a ese triste parquecito abandonado que nadie visita en serio y en el que ya cada vez menos dicen creer.
Lo digo por si alguien está tentado en construir allí un motel, una capilla o un bar y hasta un monumento que inmortalice su paso por él con el lapidario mensaje “Llegué hasta aquí porque ni siquiera quise cambiar lo aparente”.