
El trotskismo cofrade
Fernando Cabral.-El término trotskismo cofrade es, a primera vista, un oxímoron —una contradicción en sí misma— que conjuga dos realidades: el trotskismo, una corriente marxista revolucionaria e internacionalista y el universo cofrade, profundamente arraigado en la tradición religiosa, impregnado aún de una reminiscencia de aquel nacional catolicismo.
Este concepto, más que una ideología estructurada, funciona como una categoría satírica, cultural o provocadora que invita a reflexionar sobre los cruces insospechados entre política radical y tradición religiosa. En los últimos años, el término ha sido utilizado en redes sociales, foros y círculos académicos alternativos para referirse a personajes, actitudes o discursos que mezclan, con distintos grados de ironía o sinceridad, elementos de la liturgia cofrade con el imaginario revolucionario marxista.
El trotskismo es una de las principales corrientes del marxismo. Se basa en las ideas del revolucionario ruso León Trotsky, quien defendía la «revolución permanente» frente al «socialismo en un solo país» promovido por Stalin. El trotskismo apuesta por la lucha de clases global, la autogestión obrera y la crítica a las burocracias estatales.
Desde el punto de vista trotskista, la religión —como enseñó Marx— es “el opio del pueblo”, una forma de alienación. Por tanto, la veneración de imágenes religiosas, el ritual litúrgico o la estructura jerárquica de la Iglesia Católica, calcadas en cofradías y hermandades con algunas salvedades, serían en principio enemigos ideológicos.
El mundo cofrade gira en torno a las hermandades y cofradías, asociaciones de fieles que organizan culto y procesiones religiosas, especialmente durante la Semana Santa, pero que ya se extiende a gran parte del año. Este fenómeno, combina devoción popular, estética barroca, ritos ancestrales y una estructura organizativa con fuertes componentes de identidad local, tradición familiar y clase social dominante.
Las cofradías tienen una dimensión religiosa, pero también económica, social y cultural. Se convierten en espacios de encuentro intergeneracional, de reafirmación de identidades y en un innegable ámbito de proyección de poder en el espacio urbano.
La expresión trotskismo cofrade puede entenderse de tres maneras: Como parodia o crítica cultural, Como símbolo de hibridación cultural y como crítica a la instrumentalización política de la religión.
En la mayoría de los casos, el término es usado en tono irónico. Se utiliza para describir a personas o discursos que hacen malabares ideológicos imposibles: por ejemplo, militantes de izquierda radical que, por tradición familiar o arraigo emocional, participan activamente en hermandades y actos religiosos. También puede ser una forma de señalar ciertas contradicciones o disonancias en los discursos progresistas que se ven atraídos por estéticas conservadoras sin tener en cuenta el rechazo a la igualdad de género, la libertad sexual, el aborto, la eutanasia, etc. que subyace en ese mundo a estar la Iglesia activamente involucrada en él.
Algunos defienden que esta mezcla no es necesariamente incoherente, sino una manifestación más de las identidades híbridas del pueblo. En tal caso, sería un síntoma de cómo los marcos ideológicos heredados ya no se aplican de manera rígida y cómo las personas pueden habitar simultáneamente mundos manifiestamente opuestos.
También puede interpretarse como una crítica a cómo ciertos sectores utilizan símbolos y manifestaciones religiosas con fines políticos, ya sea desde la derecha o desde una supuesta izquierda progresista y renovadora que intenta acercarse o manipular al “pueblo” mediante sus tradiciones y, por supuesto, también se puede interpretar con las interesadas proyecciones políticas conservadoras en el seno de hermandades y cofradías.
En las redes sociales es común encontrar memes, hilos y debates que ironizan con figuras como “el costalero leninista”, “el nazareno obrero” o “la revolución según el Gran Poder”. En algunos círculos académicos de estudios culturales, esta tensión entre religiosidad popular y discurso político ha sido objeto de análisis más serio, señalando que la identidad política no siempre es tan coherente ni lineal como presuponen los marcos clásicos.
En este sentido, el trotskismo cofrade puede ser visto como una provocación que revela la complejidad cultural de las sociedades contemporáneas, donde las lealtades ideológicas, emocionales y simbólicas conviven —a veces en conflicto, a veces en hipócrita armonía. Lo interesante del trotskismo cofrade no es tanto su coherencia ideológica —que chirría si se analiza desde la ortodoxia marxista, desde el laicismo de las administraciones públicas, la separación Iglesia Estado, la pronunciación de ateísmo y apostasía de determinados líderes políticos—, sino por su valor como síntoma cultural.
El trotskismo cofrade no es una doctrina, sino un espejo deformante que nos permite ver con humor (y algo de incomodidad) las contradicciones culturales de nuestro tiempo y la incoherencia de muchos de los actores políticos auto proclamados de izquierda. Es una figura que ridiculiza la pureza ideológica y celebra, o al menos señala, las hibridaciones improbables de la modernidad tardía: entre el martillo y el incienso, entre la lucha de clases y la sumisión religiosa.
El trotskismo cofrade, como provocación cultural, resulta útil. Como postura ideológica, imposible. Como fenómeno social, quizás no tan raro como parece y como instrumentalización política y electoralista a la desesperada de la religión, evidencia un populismo mediocre.