
El pragmatismo moral en política: Entre la ética y la eficacia
Fernando Cabral.-En el mundo contemporáneo, donde las decisiones políticas afectan la vida de millones de personas, surge una tensión constante entre los ideales éticos y la necesidad de resultados concretos. En este contexto, el pragmatismo moral en política representa una forma de pensar y actuar que busca equilibrar principios éticos con soluciones prácticas. Lejos de ser una simple renuncia a los valores y principios, el pragmatismo moral plantea una ética aplicada a la realidad, reconociendo la complejidad del poder, la diversidad de intereses, la urgencia de las circunstancias y hasta los réditos electorales a corto plazo.
El pragmatismo moral es una postura filosófico-política que rechaza los absolutos morales rígidos en favor de un enfoque más contextual y flexible. Esta visión sostiene que los valores deben guiar la acción política, pero sin perder de vista los medios disponibles, las consecuencias posibles y la viabilidad de las propuestas.
No se trata, por tanto, de justificar cualquier acción con el pretexto de obtener buenos resultados. El pragmatismo moral exige una deliberación constante entre el deber y la realidad. Así, un líder pragmático-moral no se aferra a promesas irrealizables, pero tampoco traiciona sus principios básicos e ideológicos en nombre de la eficiencia ni justifica los medios para alcanzar un fin, ni convierte llegar al poder ni mantenerse en él en un fin en sí mismo.
Una de las mayores virtudes del pragmatismo moral es que permite navegar entre dos extremos perjudiciales para la política democrática: la ingenuidad moral y el cinismo pragmático.
La ingenuidad moral aparece cuando los actores políticos insisten en mantener posiciones éticamente impecables, pero políticamente ineficaces o desconectadas de las posibilidades reales. Este enfoque puede generar frustración, polarización y parálisis institucional.
El cinismo pragmático, en cambio, prioriza la obtención de resultados sin importar los medios, degradando la confianza pública, erosionando la legitimidad institucional y normalizando la corrupción o la manipulación.
El pragmatismo moral propone un equilibrio: comprometerse con valores democráticos (como la justicia, la igualdad, la dignidad humana y el respeto al disidente), pero interpretarlos y aplicarlos desde una comprensión realista de los contextos sociales, económicos y políticos.
Como todo acto o pensamiento humano no está exento de críticas. Puede ser visto como una excusa para el oportunismo o actitudes populistas como una forma sutil de relativismo moral. Además, requiere mantener a una ciudadanía informada y vigilante, capaz de reconocer la diferencia entre un compromiso responsable y una traición encubierta. Esto último es lo primero que se abandona.
Otro reto es su traducción en políticas públicas: ¿cómo evaluar si una decisión “moralmente pragmática” fue realmente justa? ¿Cómo evitar que la flexibilidad derive en incoherencia? Estas preguntas hacen del pragmatismo moral no una receta, sino un marco de deliberación ética.
En tiempos de crisis política y polarización, el pragmatismo moral aparece como una alternativa madura y responsable. No propone renunciar a los valores y principios ni apartarlo oportunamente, sino incorporarlos en un ejercicio político honesto, eficaz y sensible a la realidad.
Es, en definitiva, una ética de lo posible, lejos de los consabidos populismos, donde la integridad se mida por la capacidad de transformar, no eliminar, principios en acciones con el objetivo de cambiar aquel perverso orden de las cosas en coherencia con lo prometido.