El poder como fin en si mismo
Fernando Cabral.-Fin en sí mismo es lo que no puede ser medio o instrumento para otras finalidades. En esos casos, el fin subordina y, supedita los medios. El fin resulta más importante que los procedimientos para conseguirlo.
El poder no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para transformar la realidad. No será buen o mal político aquel que gane elecciones, sino aquel que pueda demostrar después de haber pasado por la gestión o con su trayectoria, que lo que hizo sirvió para cambiarle la vida a alguien. En la cultura de la ética de cumplir con lo prometido, la política debería tener la enorme responsabilidad de ser la articuladora del cumplimiento.
El problema radica cuando llegar al poder o al gobierno en el ámbito que sea se convierte en un fin en sí mismo y no como una herramienta para cambiar la realidad o la naturaleza de las cosas y, peor aún, cuando conservarlo se convierte en el leitmotiv de la gobernanza, llegando a la perversión de que el fin justifica los medios.
Es imposible llegar al futuro que uno sueña si uno no empieza a producir cambios en su presente y, menos aún, si los esfuerzos son empleados en contemporalizar los medios y no en la busca efectiva de herramientas políticas para efectuar los cambios tan prometidos como necesarios.
Si las energías de la sociedad están debidamente dirigidas, que no manipuladas ni tuteladas, soportadas en la participación efectiva y en la transparencia de la gestión, los problemas y los posibles conflictos serán más que nada herramientas en el camino a cotas más altas de desarrollo, arquitectura democrática y pensamiento colectivo. Si no, el conflicto no será más que incordio, erosión o distracción para otros intereses que solo dilapidarán tiempo y recursos.
En unos momentos en los que se apela a la unidad, es difícil dar crédito a un gobierno que se exhibe como volátil en el cumplimiento de lo prometido y, en cierto modo, timoratos al cambio en los modos y formas, sea cual fuere los costes que tengan.
La descalificación y el ostracismo al considerado opositor cercano que busca respuestas o a quien cuestiona el fin de llegar al gobierno como meta en sí mismo de un proyecto político, no es el camino a emprender ni debe ser divisa de una verdadera gobernanza abierta y participativa, epítetos necesarios de una verdadera democracia.
Hay que tener en cuenta que la obediencia (forzada o voluntaria) no convierte a la persona en medio o instrumento de nada ni de nadie, por muy elevado que sea el fin que se pretende alcanzar. La persona tiene dignidad y la dignidad nunca puede ser medio o tener un precio. Vale en sí misma y por sí misma sin poderse supeditar a nada ni a nadie en cuanto tal, sino que es una condición para proteger los derechos de las personas y bienes de todos.
Cuando en política, como en cualquier orden de la vida, la lucha por imponer un relato de unos hechos o de iniciativas políticas entre antagónicos o no tan antagónicos, ideológicamente hablando, se convierte en la herramienta eficaz para justificar decisiones, tanto colectivas como personales, es fácil, caer en la justificación de los medios empleados para conseguir el fin perseguido.
El Poder como fin en sí mismo no es poder es otra cosa. En la novela “1984” de George Orwell, si aquella que un iletrado aspirante al poder confundió el título con el año de su publicación, se refleja meridianamente:
“El poder no es un medio, sino un fin en sí mismo. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura.”