
El dilema del prisionero en política
Fernando Cabral.-En el corazón de muchas decisiones políticas y estrategias electorales se encuentra un conflicto clásico de la teoría de juegos: el dilema del prisionero. Este famoso problema ilustra cómo la racionalidad individual puede llevar a resultados colectivos desastrosos, y ofrece una poderosa analogía para entender los comportamientos estratégicos de partidos, gobiernos y actores políticos.
El dilema del prisionero plantea una situación hipotética: dos cómplices de un crimen son arrestados y aislados. Si ambos guardan silencio, recibirán penas leves. Si uno delata al otro mientras este guarda silencio, el delator queda libre y el otro recibe una condena severa. Si ambos se delatan, ambos reciben una pena moderada. Lo racional, desde un punto de vista individual, es delatar. Sin embargo, si ambos cooperaran (guardaran silencio), les iría mejor.
Este dilema ilustra cómo la desconfianza mutua y la búsqueda individual del beneficio pueden impedir la cooperación, incluso cuando esta sería la mejor opción para todos.
En muchos sistemas democráticos, los partidos deben cooperar para formar coaliciones, aprobar leyes o implementar políticas. Sin embargo, el miedo a ser traicionados o a que el otro partido se lleve el crédito puede llevar a la inacción o al sabotaje mutuo. A pesar de que cooperar podría beneficiar a la ciudadanía, el incentivo de ganar ventaja electoral a menudo prevalece.
En contextos polarizados, los actores políticos tienden a atacar sistemáticamente al adversario, incluso cuando hay puntos de consenso. Cada lado teme que cooperar sea interpretado como una señal de debilidad o que el otro aproveche la tregua para avanzar su agenda. El resultado: estancamiento, discursos extremos y desconfianza ciudadana.
La lucha contra la corrupción también puede convertirse en un dilema del prisionero. Si todos los actores acuerdan actuar con transparencia, el sistema mejora. Pero si uno cree que los demás seguirán actuando corruptamente, tendrá incentivos para hacer lo mismo y no quedar en desventaja. La solución pasa por generar instituciones fuertes que aseguren la cooperación y castiguen la traición.
El dilema del prisionero no es solo un ejercicio académico; es un espejo de muchas tensiones reales en la política contemporánea. Reconocerlo permite entender por qué tantas buenas intenciones fracasan, y por qué es fundamental construir una cultura política basada en la cooperación estratégica, la confianza institucional y el bien común. Solo así se podrá romper el ciclo del conflicto perpetuo y avanzar hacia decisiones políticas más efectivas y justas.
Aunque el dilema del prisionero sugiere un desenlace pesimista, también hay caminos para superarlo. La cooperación se vuelve más probable cuando se articulen mecanismos de confianza y rendición de cuentas, cuando se valore más los beneficios de largo plazo por encima de las ganancias cortoplacistas y cuando no haya recompensa alguna al obstruccionismo de parte.
En Sanlúcar, Andalucía y España los actores políticos están inmersos en el dilema del prisionero. Pero en estos casos, no son dichos actores presas del dilema los que sufrirán las consecuencias, será la ciudadanía, esa mayoría social a la que dicen representar que más allá de testigos de excepción son la carne de cañón del juego irresponsable que se traen entre manos en el que la desconfianza sabotea el bien común.