Año de autoblanqueo y autoenmienda

Fernando Cabral Hidalgo

Al margen de cualquier otra consideración, si algo ha caracterizado este año político que está a punto de terminar es el autoblanqueo y la autoenmienda. Dos actitudes que paradójicamente son complementarias y no excluyentes, ni bidireccionales. De tal manera, que a más autoblanqueo más autoenmienda y viceversa, pero nunca a menos autoblanqueo menos autoenmienda y viceversa. La némesis de una y de otra actitud no es otra que la hemeroteca, hasta el punto de que recordar a quienes se autoblanquean y a quienes se autoenmiendan la existencia de la hemeroteca como testigo es como mencionar la cuerda en casa del ahorcado.

La necesidad de autoblanqueo como ejercicio ineludible de reivindicarse podría implicar una mala conciencia sobre los errores cometidos y mala praxis política y no precisamente porque no se pudiera explicar, porque los medios para explicar las decisiones y las no decisiones hubo de sobra. Pero no, se trata más bien de un ejercicio de cinismo fruto de la prepotencia presente y pasada que  deshabilita socialmente a quien la practica, ya que su visión de la realidad es incompleta y oblicua.

Por otra parte, lo que aparentemente no parece tener justificación es auto-enmendarse, salvo que concurran hechos y razones que se desconozcan que así lo justifique, algo que en principio no conviene descartar del todo. Salvando esta probabilidad cabe preguntarse el por qué de esa actitud. El complejo o el temor de perder lo ganado como causas, sería entrar en un terreno pantanoso, aunque tampoco descartable como origen del comportamiento.

La honradez y honestidad son valores imprescindibles en política y si para poder reivindicarse se llega al límite de cuestionar dichos valores en el comportamiento de un circunstancial socio de gobierno, mantener el acuerdo de gobierno solo se podría entender por razones prosaicas e inconfesables muy lejanas al interés general. 

Del mismo modo, permitir que un socio de gobierno cuestione públicamente tu honradez y honestidad política y mirar para otro lado como si oyeras llover y mantener el acuerdo de gobierno solo se puede entender desde un reconocimiento tácito de ello o por las mismas razones prosaicas e inconfesables muy lejanas de la realidad del caso anterior.  

Dicen que la política es el arte de lo imposible y mucho de cierto debe haber en este asertivo, ya que el acuerdo que a priori parecía imposible fue posible y si, igualmente, imposible parecía su permanencia en el tiempo, aún sobrevive. La magia, que no milagro, que lo ha hecho factible es la conjugación no perfecta, pero si perentoria de presuntos intereses particulares que en nada tienen que ver con el interés general. 

También se dice que en política es necesario el disimulo. A pesar de ello, hay quienes no pueden disimular la desesperación que les provoca ver como el clientelismo larvado y cuidadosamente mimado durante años, base de su permanencia en el gobierno, empieza a cambiar de bando o de acera. Ese disimulo lo hacen parecer tan poco fiables como desleales.  

Sin embargo, aquellos que denostaban el clientelismo como forma de gobernar y que ahora se ven beneficiados por el cambio de bando no solo no hacen nada en disimular su implicación directa en este cambio, sino que aceptan las redes clientelares casi como animal de compañía y como herramienta política necesaria para su permanencia en el gobierno. Ese disimulo lo hacen igualmente parecer tan prescindibles como vulnerables.  

Por aquello de lo prolijo no es necesario enumerar los numerosos casos de auto-blanqueo y auto-enmienda y apelando a la inteligencia de los posibles lectores, tampoco sería necesario señalar de forma expresa quienes así se comportan en su recurrente deriva reivindicativa o por su inconsistente resiliencia.

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