Adaptar la política a la realidad o la realidad a la política

Fernando Cabral Hidalgo, Opinión

Es muy común observar que quiénes a medida que se van asentando en sus posiciones de Gobierno les cueste tomar decisiones que antes exigían y calificaban como imprescindibles, necesarias, así como, factibles y ahora son, cuando menos difíciles y complicadas de llevar a cabo. 

Es característica propia y reconocible de aquellos emergentes rupturistas que cuestionaban el sistema aunque participaban en él con la ilusa pretensión de cambiarlo desde dentro. Y también de aquellos que conceptuaron llegar al poder como un fin en sí mismo y no como una oportunidad para cambiar el orden de las cosas, y ahora tratan de conservarlo a costa de lo que sea y de quién sea.

En otras palabras, se podría interpretar como un donde dije digo, digo Diego. No se sabe si es como consecuencia de un baño de realidad o una actitud acomodaticia. Lo primero, entendible aunque no se comparta porque suena a engaño o a estar fuera de la realidad. Lo segundo, tan triste como lamentable, se trata de la actitud propia de quiénes ya llegados al Gobierno no se sienten presionados a cumplir lo prometido por nada ni por nadie, ni siquiera por su propia y extensa hemeroteca.

De Susana Díaz se decía que la burguesía de Estado del país estaba enamorada de ella. Decían que esa mujer de verbo fácil podía ser una barrera de contención ante aquellas furias juveniles y el cisma catalán. Susana Díaz en vez de aspirar a conectar a los de arriba con los de abajo, se dejó querer por esa burguesía. Esa fue su ilusión y puede que también su fantasía. Ese fue el programa de la llamada dama de rojo. Y fue como lo creyeron en su partido que, llegado el caso, sus propios compañeros le dieron la espalda. Convencer en política a extraños antes que a los propios no es la mejor opción.

Hay quién se empecina en emular el fracaso político de la expresidenta de Andalucía. Por una parte, marginando y repudiando a los aliados naturales de antaño. Y, por otra, fomentando una alianza contra natura a la que rinde pleitesía, pretendiendo enamorarla con distinciones honoríficas. En esa actitud acomodaticia no descansa en evitar las agrias polémicas en relación con lo prometido, exigido y reivindicado y en limar las ahora consideradas aristas ideológicas de las que hizo gala en el pasado. Ahora pretende ser paréntesis y también paraguas.

Después de más de treinta años de turbo derecha y de falaz izquierda, pretende un Gobierno de arte y ensayo emulando al de aquel pasado, al menos en la parte que cree controlar del mismo. Gobierno que en lo propio y ajeno nació improvisado y al carecer de la osamenta política necesaria se acomoda en su labor estando al pairo de abrazas farolas y aduladores de turno y oficio. Desactivada la posibilidad de cambios inconvenientes, hay quiénes observan complacientes que todo vuelve a su sitio después de algo de incertidumbre.

Propios y extraños con algo de incredulidad comprueban que en el reconocible escenario con las mismas endémicas y casi entrañables carencias y deficiencias lo único que ha cambiado es que aquellos aliados naturales ahora son repudiados y con los social y políticamente antagónicos, igualmente, naturales hay abrazos y hasta besos. 

Y mientras tanto, aquel partido, pretendido numantino reservorio ideológico, su marca electoral y sus militantes ajenos al dilema de adaptar la realidad a la política o la política a la realidad, muy desdibujados y en íntima complicidad se regodean en que les quiten lo bailado. 

¿Cuál es el peaje?

Comparte nuestro contenido