Apuntes de Historia CDLXXXVII
Manuel Jesús Parodi.-Sobre la componente emocional del Patrimonio Cultural. Patrimonio, sentimiento e identidad (II)
Como señalábamos en los párrafos precedentes, el hecho patrimonial (todo hecho patrimonial: el hecho patrimonial entendido como entelequia pero también cada hecho patrimonial comprendido singularmente, atendido desde su singularidad y particularidad) es a su vez un hecho emocional, un hecho sentimental, un hecho espiritual, y está por tanto impregnado, cargado, lleno, de emoción, de emotividad, de sentimiento y de espíritu.
Y decíamos así mismo que ello es así desde la propia creación de esos bienes patrimoniales, tales como una obra artística mueble como un cuadro, una fotografía, una escultura, un objeto de arte convencionalmente considerado como tal y entendido como tal, o incluso una obra de arte efímera como una performance, o un bien patrimonial inmueble, como un palacio, un castillo, un edificio monumental civil o religioso, un monumento pétreo cualesquiera.
Todos y cada uno de estos distintos elementos (obsérvese que me refiero a elementos de fácil explicación en sí mismo como hechos patrimoniales), todos y cada unos de los cuales de estos elementos patrimoniales, decía, están cargados (llenos) de fuerza sentimental, de fuerza emocional y de fuerza espiritual desde su propia creación, desde su concepción intelectual y su confección material en el tiempo hasta el momento presente, hasta cada momento presente, hasta cada horizonte cronológico y cada estadío cultural en el cual dicho bienes patrimoniales siguen sobreviviendo y siguen interactuando con cada generación del cuerpo social que vive en la geografía (permanente o móvil) en la que dichos bienes patrimoniales se encuentran en cada momento (una geografía más variable en el caso de los bienes patrimoniales muebles que en el caso de los bienes patrimoniales inmuebles como es fácil de comprender).
Así, para comprender mejor un bien patrimonial, para acercarnos de manera integral a la comprensión, a la inteligencia y por tanto a la preservación y a las medidas tendentes a la durabilidad y preservación de ese bien patrimonial cualesquiera, será imprescindible no pasar por alto esta naturaleza emocional, sentimental y espiritual de los bienes patrimoniales, sin atender a lo cual no es posible su comprensión.
Se trata de, así pues, de una componente no tangible y (por añadidura) difícilmente mesurable (si es que acaso es posible medirla realmente de alguna forma…) sobre cuya posibilidades de cuantificación podemos albergar serias dudas pese a lo cual no es de albergar duda alguna en relación con la naturaleza espiritual intelectual, emocional y sentimental de los bienes patrimoniales.
Es quizá de perogrullo (pero no por ello resulta menos necesario) afirmar que el Patrimonio (seguimos poniendo el acento en el Patrimonio Cultural, esto es, Histórico, Monumental, Arqueológico, Artístico, Etnológico, Inmaterial…, pero sin ánimo excluyente respecto al Patrimonio Natural) no se comprende sin su componente sentimental, sin su componente emotiva, sin su componente espiritual, y lo que es peor aún, no se conservará -estará condenado a su pérdida, a su destrucción- si no se contempla, no se considera y no se entiende atendiendo precisamente a esta naturaleza y a esta componente emocional, sentimental y espiritual.
Tendemos (como analistas, y en especial como gestores, absoluta a la par que inevitablemente presos de lo cuantificable…) demasiado a considerar, a contemplar, a analizar el Patrimonio (y a acercarnos a él) exclusiva o prioritariamente desde una perspectiva material y tangible, desde la perspectiva de lo mesurable, de lo cuantificable y de lo económicamente valorable y tarifable (y ello obedece a múltiples razones sobre las que volveremos ad futurum), y cuando planteamos el peso y sentido de, por ejemplo, una fiesta (entendida como manifestación cultural) en demasiadas ocasiones lo hacemos atendiendo a las cuestiones materiales y económicas, a los aspectos, por tanto, tarifables de dicha fiesta (insistimos, entendida la misma como manifestación patrimonial, como parte del bagaje patrimonial de un cuerpo social dado) y al impacto económico de la misma, un impacto económico que es a todas luces básico, sustancial, esencial, pero que en demasiadas ocasiones termina por convertirse en la justificación de la actividad que lo genera.
Algo en lo que podemos rastrear raíces incluso de culpa; así, pongamos el caso de actividades patrimoniales de carácter lúdico fuertemente vinculadas con un determinado horizonte cultural, caso de la Feria o el Carnaval (nótese la mayúscula), que en demasiadas ocasiones [aún] siguen siendo contempladas desde fuera de las sociedades que las generan y las cultivan como parte de su identidad cultural como una muestra de la supuesta “pereza” o “frivolidad” de los pueblos, del horizonte cultural, del cuerpo social, del acervo cultural del cual dichas manifestaciones patrimoniales forman parte.
Y si bien es cierto -como hemos venido señalando- que el bien patrimonial es en sí un hecho económico (trátese del bien patrimonial de que se trate, algo que tampoco es bien entendido en demasiadas ocasiones), pues toda acción humana lo es, no es menos cierto que el bien patrimonial es asimismo un hecho sentimental, un hecho emocional, un hecho espiritual en sí mismo y como tal debe ser entendido y aprehendido.
Ponemos acaso demasiado -en especial últimamente, o acaso lo hayamos hecho siempre- el acento en las cuestiones económicas, que resultan inevitable y naturalmente inherentes [a la conservación de y a la misma naturaleza de] los bienes culturales, de los bienes patrimoniales, a su expresión caso de tratarse de fiestas y manifestaciones incluidas en el ámbito del Patrimonio Inmaterial (fiestas y otras manifestaciones patrimoniales y culturales).
Pero, y aunque esto resulte en buena medida evidente cuando leído, no es posible -insistimos- (y es un craso error el empeño en ello) considerar ni comprender el Patrimonio Cultural (en todas sus manifestaciones y aspectos, insistimos) desatendiendo a su componente emocional, sentimental y espiritual, y por ende desarraigándolo de dicha componente que le resulta, por su propia naturaleza y ab initio, consustancial y fundamental (en un sentido, además, literal: en lo relativo a los fundamenta, a los cimientos y las raíces mismas del Patrimonio como realidad a la vez abstracta y tangible). El Patrimonio Cultural, perogrullo aparte, está fuertemente vinculado, pues, con emoción, sentimiento y percepción.