Churras y merinas
María Regla Prieto.-La separación Iglesia–Estado ha sido, y es aún, un asunto prioritario de todo gobierno democrático. De hecho, uno de los rasgos comunes a las dictaduras es la excelente “colaboración” entre estas instituciones. Pero el ir cada uno por su lado no es, como creen muchos, un deseo obsesivo de la izquierda, sino un asunto pactado, consensuado y aceptado también por la derecha de este país y de la moderna Europa. La Constitución Española no fue redactada mayoritariamente por pensadores de izquierdas y, además, fue ratificada por todo el pueblo español en referéndum. Pues bien, en el artículo 16 de nuestra Carta Magna, se expresa con claridad que el Estado Español es aconfesional, lo que lleva intrínseco esta separación. Entonces, ¿por qué el Rey y su familia no cumplen con esa norma?, ¿por qué cuando hay que hacer un homenaje institucional se recurre en este país nuestro con tanta frecuencia a una misa católica? Ciertamente, —y mencionaremos solo el s. XX, porque si nos vamos más atrás en el tiempo nos daría repelús— cuarenta años de sangrienta y atroz dictadura marcan mucho. Una de las consecuencias de que la transición no se hizo bien en este país es este hecho al que aludo. Quizás por ello, porque aun no nos hemos sacudido las pegajosas y resistentes telarañas de esa dictadura que impuso, a base de violencia, muerte y miedo, una sola religión y un solo pensamiento en nuestro país, es por lo que muchos olvidan, a pesar de los cuarenta y cuatro años de Democracia que llevamos, que en España ya no existe una religión estatal y que los poderes públicos deben colaborar pero no someterse a ningún colectivo religioso ni a sus mandamases. Las injerencias de los responsables de la religión católica en los asuntos de Estado, desde que en España hay Democracia, han sido, además de numerosas y escandalosas –algunas rozando la ilegalidad incluso–, nauseabundas, y, en muchas ocasiones, no se ha formado la marimorena porque en nuestro país se tiende a normalizar y a consentir el esperpento. Y no hablo, en absoluto de Fe, porque eso es, precisamente, lo que garantiza nuestra Constitución, que cada español sea libre para creer en la religión que considere oportuna, en los dioses o diosas, vírgenes y santos que desee e, incluso, nos condede el derecho a no creer en nada.
Todo esto viene a cuento por las palabras y el tono prepotente, irrespetuoso y grosero del pregonero de la Virgen de la Caridad dedicadas a nuestra recién nombrada alcaldesa, Carmen Álvarez, por no haber asistido al Pregón de la Patrona de Sanlúcar. Comprendo que el hombre quisiera que la alcaldesa estuviera allí presente. También todos los ciudadanos de Sanlúcar la quieren a su lado para que los escuche y arregle sus problemas, sobre todo, después de haber sufrido gobiernos municipales sordos y ajenos a la ciudadanía. Pero olvida el pregonero que precisamente es lo que lleva haciendo Carmen Álvarez desde que ocupó la alcaldía –cumplir con su promesa de un Ayuntamiento de puertas abiertas– y, de hecho, recibió de mil amores a la Hermandad de la Caridad para ofrecerle todo su apoyo para los actos de la Patrona. Pero no es suficiente. La Iglesia piensa siempre que el poder político tiene que estar rindiéndole pleitesía y sometido a sus deseos. Esto sucede, pienso, porque han estado y están muy mal acostumbrados. De hecho, hasta ahora ningún alcalde ni alcaldesa sanluqueño se había atrevido a no asistir a ese acto y las costumbres se hacen leyes. Así que ¡bravo! por la valentía de Carmen Álvarez. Espero que todos los representantes públicos sigan su ejemplo y cumplan con la Constitución Española. Y empleo el término “atrevido” porque para muestra un botón. Hemos visto, en pleno siglo XXI, en el año 2023, lo que ocurre si una alcaldesa cumple con la ley, con la Carta Magna de nuestro Estado, y no confunde las cosas. Se le afea el gesto desde el púlpito con muy mal estilo, como pasaba en el siglo XVIII y en los púlpitos de la dictadura franquista. Y no queda ahí eso. Sucede también algo muy común en los más negros años de la dictadura: Una ola levanta una tempestad y ya hay algunos descerebrados que, aprovechando las desafortunadas palabras del pregonero y amparados en el anonimato de las redes sociales –qué valiente es siempre un anónimo– han empezado con sus discursos de descrédito y odio. Todo ello, a pesar de que el mismísimo dios cristiano –que era todo amor– dijo una y mil veces que su reino no era de este mundo. Habrá que recordarles a aquellos que las llenan que las iglesias son lugares de fe, de recogimiento y de oración, mientras que los ayuntamientos son los espacios establecidos para gestionar la vida de los ciudadanos y para hacer política. No hay que mezclar las cosas. Cada uno por su lado y con respeto mutuo, pero de verdad. La mezcla de religión –la que sea– y política nunca ha acabado bien. La intromisión de una con la otra, tampoco. A nuestra triste Historia y a los hechos me remito.
María Regla Prieto es doctora en Filología Clásica por la Universidad de Sevilla. Colabora en prensa con artículos de opinión y ha obtenido diversos premios literarios. Entre sus obras se cuentan Naufragio (2006), Epistolario latino de Luisa Sigea (2007), así como la novela La esfera de lo divino, el libro de relatos La mirada de Perséfone, y el poemario Diario de Babel, además de la obra de teatro Dos mujeres bajo una misma luna. Es coautora y coordinadora de la edición de Teoría de la Carcoma. Seis puntos de vista de vista sobre la sociedad y la actualidad sanluqueña (2007). Asimismo, en colaboración con Salvador Daza, es coautora de Proceso criminal contra fray Pablo de San Benito en Sanlúcar de Barrameda (1774) (1998), Proceso criminal contra fray Alonso Díaz (1714) (2000), De la santidad al crimen: Clérigos homicidas en España (1535-1821) (finalista del premio nacional «Así fue. La historia rescatada», 2004), Lucifer con hábito y sotana: Clérigos homicidas en España y América 1556-1834 (2013) y Sangre en la sotana, Clérigos homicidas en la España Moderna y Contemporánea (2020), estos tres últimos editados por Ediciones Espuela de Plata.