Mudanzas y rescates
Juan Antonio Gallardo «Gallardoski».-Pablo Casado y yo,por una vez juntos
La corrupción, el ventajismo, el clasismo y los privilegios con que los políticos avasallan las instituciones y vampirizan la democracia o lo que sea esto, todas estas cosas dan mucha vergüenza, sí. Pero más o menos los tenemos calados a unos y a otros. Y siendo estos pecados y delitos que enumero bastante feos- muy asquerosos- a mí estos días una de las cosas que más fatiguita me ha dado ha sido la exposición de mensajes de apoyo, aliento, ánimo y amistad que los del partido popular le fueron mandando a su anterior líder, el señor Casado.
La Cuca y el Maroto, anda que como para fiarse de ellos. Y con esos nombres, que parecen elegidos por D. Pío Baroja para zaherir el carácter de dos personajes cuya traición se adivina en la primera página de la novela de la vida. Vaya banda, qué tropa que hubiera dicho el ínclito Rajoy.
Todo fueron parabienes, todo fueron alientos al líder que se plantaba frente a la señora esa que gobierna la comunidad de Madrid, por los votos, sí, pero también por pura chamba, por una concatenación de cabreos, de propaganda de la más rancia derechona capitalina.
Al final victoriosa, la señora Ayuso lo celebró con esos movimientos de ojos similares a los de la niña del exorcista, porque poseída anda por el demonio facha conocido como MAR, acrónimo de Miguel Ángel Rodríguez.
Pero hasta que no supieron quién iba a salir ganando, los correveidiles y los “agradaores” como quiso bautizar a esta estirpe hace años mi primo, Siroco, fueron diciéndole a Casado que estaban con él, de su parte y que era el más guapo y el más listo de la fila. Qué tropa, insisto.
Reflexionando sobre este particular, mientras pateo las calles de la ciudad al atardecer, haciendo tiempo para ir a recogerla a ella, barrunto que no me gustaría estar en las conversaciones que acaso, sobre mí, sobre mis libros, tienen algunos. No nos gustaría escuchar los peros, de muchos que, a la cara, como al pobre Casado, nos dicen que hay que ver qué guay, y qué bien escrito y patatín, patatán.
Sabemos los que hablan desde el cariño y la sinceridad. Sentimos cerca ese calor de la amistad que tanto viene a consolarnos cuando los momentos son malos. Pero, como no somos tontos y sabemos, más por viejos que por diablos, bastante de la vida y de las relaciones, adivinamos también la hipocresía, que es a la cortesía lo mismo que la pornografía al erotismo.
¿Y por qué anda uno con estas misérrimas melancolías, comparándome además con el defenestrado Casado? Bueno, me explico:
No imaginaba él, que yo estaba sentado al lado y que me estaba enterando (y mira que del oído derecho ando tocado desde hace años, demasiado rocanrol) de gran parte de su conversación.
-Tiene unos cuantos truquitos, que él considera que le funcionan bien, y con eso ha construido casi toda su obra. Buscando el sentimentalismo y haciéndose el implacable, pero qué va, luego es un conformista al que todo le parece bien. No es que el libro esté mal, es que es el mismo libro de siempre…
Luego siguió con otras consideraciones, que, por ser personales, ni siquiera voy a constatar aquí.
Yo, esa crítica, la puedo asumir y, si nos ponemos piadosos, hasta compartir (un poco, no del todo pues de ser así me callaría para siempre) lo que me da coraje (como a Jesús con Judas, y supongo que a Casado con la Cuca y el Maroto) es que un par de días antes me había enviado un mensaje al móvil diciéndome que el libro le había encantado y que notaba un gran salto cualitativo en la prestancia de mi siempre ponderada prosa.
Ofú, me dije a mí mismo mirando el mensaje en el móvil y conteniendo mis ganas de hacerme un grupo de wasap y enviarle a toda la peña el mensajito de marras. Cuando ya se engolosinó con sus argumentos, terminó diciendo; bueno, al fin y al cabo, estamos hablando de un escritor…menor.
A los chiquillos de la familia que se resistían por educación a decir picardías, tacos, los embromaba yo con el juego aquel de que repitiesen muchas veces la palabra “bronca” en unos minutos ya estaban, inocentemente los niños, diciéndole al mundo “cabrón” y eran grandes las risas que nos echábamos con ese juego.
Al maledicente le digo ahora, porque no está uno para avergonzar a nadie públicamente, que repita muchas veces “menor” es decir que diga muchas veces seguidas “menor”
Será enorme el resultado.