Cartas de una sombra. El vuelo del ángel II
José Antonio Córdoba.- El impacto la estremeció, pero se recuperó al instante, tomaba aire y se sumergía buscando el cuerpo del tirador, al tercer intento lo vio a unos quince metros de ella, así que buceó hasta él. Lo tomó por delante abrazándolo con las piernas y tiró de la anilla de los chalecos salvavidas, suavemente alcanzaron la superficie. Pese a la mar alborotada por el aire de las aspas del helicóptero, trató de hablarle, pero estaba inconsciente. Alzó la vista y pudo distinguir entre aquella nube molesta de agua y viento, la silueta de un SH-60B, antes de que pudiera pensar en algo más, alguien se la había acercado nadando, gritándole para que la escuchara, pedía que soltara al herido. Pudo distinguir que era un buceador de rescate, tras varios intentos del buceador para que soltara al herido, por fin reaccionó soltando al herido, en ese instante sobre sus cabezas se balanceaba la canasta de recuperación, ella se apartó y dejó al buceador realizar su trabajo. El agua fría, ya le estaba causando algunos dolores, pero no dejaba de moverse.
Al levantar el buceador su mano, la canasta se elevó con el cuerpo inconsciente del tirador. El buceador, se desentendió de la canasta, fuera ya de su alcance y se acercó a Nuria, quien empezaba a dar pequeños síntomas de hipotermia. El buceador le estuvo hablando mientras la abrazaba y le pasaba un arnés de seguridad, cinco minutos más tardes ambos eran izados a bordo del Sikorsky de Salvamento de la Armada. Ya todos a bordo del helicóptero, éste se dirigió al helipuerto de la Academia, donde esperaban dos ambulancias, una trasladó al herido al hospital, mientras el personal sanitario de la otra atendía a Nuria, pero aparte del frió no tenía daño o lesión alguna, el sanitario le entregó una manta térmica con la que se envolvió.
Uno de los sanitarios la acercó hasta el pedal del SH-60B y le ayudó a tomar asiento. Nuria veía como la ambulancia se alejaba, estaba pensativa cuando el buceador se asomó a la puerta del aparato y tocó en el hombro izquierdo de ella. Como quien despertaba en un lugar desconocido, ella reaccionó, y lentamente giró la cabeza. El hombre saltó a tierra y se colocó frente a ella, mirándola sonriente le preguntó su nombre y compañía.
Un corto diálogo se estableció entre ambos, nada que ver con lo sucedido minutos antes. Finalmente la felicitaba, cuando un vehículo de la Policía Naval llegó hasta ellos.
─¿Cadete, debe de acompañarnos? ─Le indicó el sargento de la Policía Naval.
─De acuerdo.
Sin más ella se limitó a saludar al buceador y subió al todoterreno. Pero antes de que este arrancara, el buceador, se acercó al vehículo y le dijo.
─¡Cadete Delgado!, volveremos a vernos.
Nuria lo miró encogiéndose de hombros, sabía que por lo sucedido, tenía garantizada la expulsión de la Academia. Había desobedecido a un oficial, puesto en peligro su vida y su carrera en la Armada, pero estaba convencida de que, la vida de una persona, bien lo valía.
Al llegar al Cuerpo de Guardia, el oficial le notificó su arresto en el calabozo hasta la mañana siguiente. Ella atendió al oficial con el rostro en alto, la mirada fría, orgullosa por haber salvado una vida. Fue conducida al calabozo, a la media hora se presentó en su celda una marinera con un uniforme seco, y un café caliente. Nuria, se desvistió tranquilamente, secó su cuerpo con una toalla, se puso la ropa interior blanca y por último el uniforme de servicio. Antes de ponérselo lo miró mientras se reía, pues se esperaba un mono naranja, camino de Guantánamo. Tomó la taza de café, aun con esa sonrisa en los labios, y se sentó en el camastro. Disfrutó de aquel café de una forma especial. Nunca pensó que pudiera hacer lo que había hecho, intentaba recordar qué había pensado en aquel instante, que la había llevado a realizar aquel gesto, y se dio cuenta, casi sobresaltándose, que tenía la misma sensación que en este preciso instante, una calma total. Dejó la taza sobre la silla y se recostó.