Cartas de una sombra
José Antonio Córdoba.- La retórica del astronauta.
Era niño cuando comencé a soñar en aquellas calurosas noches del verano canario, con las estrellas.
Los días que subía al Teide, me sentía más cerca de aquellos sueños.
El tiempo pasa y un día conseguí cumplir mi sueño. La cuenta atrás indicaba los segundos previos al lanzamiento de la nave al espacio, sin saber que algún día una cuenta atrás indicaría…
Fueron tantas las cuentas atrás, que apenas apreciaba ya, lo significativo de aquellos momentos, aunque cambiaran los compañeros de viaje, vuelos sin más…
El espacio, cuál distinto se ve aquí arriba, cada vez me sentía tan insignificante como la primera vez, cuando puede comprobar que mi metro ochenta no era nada en su inmensidad, pero un día comencé a sentirme parte de aquel vacío más que de aquel globo multicolor al cual todos llaman hogar.
En alguna ocasión referí a mis compañeros que aquel vacío nos pasaría factura, lo cual me costó que me mantuvieran preso en aquel globo multicolor. Una falsa cordura acorde a los cánones de los directores del vuelo y mi cuerpo vuelve a vibrar, y no, no fue por el impulso de los motores, o el nerviosismo de la cuenta atrás, fue por la emoción de volver a casa.
Lo dije y me tomaron preso por desvaríos. Tres días terrestres después de nuestra partida una tormenta de meteoritos, nacida de la nada, desintegró la estación, de nuestra nave y pese a las extraordinarias habilidades del piloto, los restos más grandes eran nuestros cuerpos a la deriva en este océano galáctico.
Distintas voces se sucedían dentro de mi casco, estupor primero, nerviosismo según nos alejamos los unos de los otros, pánico y silencio según se nos iba acabando el oxígeno del traje…
El último sonido, el llanto de un padre sabiendo que no vería a su hijo nacido mientras despegamos, cruel e irónico Destino, después un silencio roto esporádicamente por el sonido del ordenador de mi traje, que me recordaba lo crítico de mi existencia, así que apague su volumen…
Soñaba con las estrellas. Conocí a personas, gente. Llegué a las estrellas, pero ahora entiendo que aunque vague por el espacio entre ellas, soy un intruso como lo soy en mi propio destino. No soy más que una nota olvidada en algún papel arrugado…
Sé cuál es mi fin, dictado por una luminosa pantalla que ya parpadea agonizante como quien la mira. Podría soñar, pero mis sueños me han llevado a donde estoy. Podría añorar estar en la Tierra, como en tierra añoraba estar donde estoy.
Aún aquí, en la nada, siento que no soy más que una alma naufraga, espero que al liberarse de mí, su viaje sea más placentero que mi vida, que mi fin, que su libertad…
Al abrir los ojos, estaba tumbado boca arriba en la nieve, sobre mí la cúpula negra salpicada de estrellas, mi cuerpo seguía teniendo siete años. Una radio no muy lejos de donde estaba transmitía la última hora de las noticias, la estación espacial y la nave de salvamento, acaban de ser destruidas por una extraña tormenta de meteoritos, no hay supervivientes decía el locutor…
Volverás a su inmensidad, me dijo algo dentro de mí…