
Apuntes de Historia DLXXIV
Manuel Jesús Parodi.- La Sirena de Dobla Cola del sanluqueño castillo de Santiago (II)”
En el castillo de Santiago, quizá desde los momentos de la visita de la reina Isabel La Católica, quizá desde algo después, un elemento mítico, de carácter acuático, relacionado con los monstruos que se asoman a los arcos de Las Covachas o con los calamares que formaban parte del stemma personal del I duque y VI señor de Sanlúcar, don Juan, y que adornan algunas de las paredes del monasterio de San Isidoro del Campo, la sirena de doble cola, preside la que era entrada principal al interior del castillo.
La sirena de doble cola es un elemento que nos retrotrae a un pasado muy remoto, al Próximo Oriente, al Mediterráneo más antiguo, a los mitos fundacionales de nuestra cultura, y que, del mismo modo, pone en relación a la Casa de Guzmán con el Levante mediterráneo, con las Cruzadas, con el Reino de Jerusalén y con las brumas del Mar del Norte…
La sirena de doble cola adorna y preside, a la vez sorprendente y amenazadora, la portada principal interior del castillo de Santiago, queriendo además dejar testimonio de la antigüedad y prestigio de la Casa de Guzmán, a la que simbólicamente sirve.
Este elemento mágico, mitológico, el de la sirena, aparece aquí representado como un ser mitad pez, mitad mujer, mientras sucede que en otras variantes del mito, como en la tradición homérica de la antigua Grecia, la sirena aparece representada como un ave terrible con cabeza humana, generalmente femenina, pájaro horrendo que atormenta a los hombres con sus graznidos estruendosos y que, sin embargo, puede encantar fatalmente a los humanos con lo dulce de su canto en caso de querer llevarlos a la perdición (y de ahí la expresión “cantos de sirena”), como casi llegase a suceder con Ulises y sus marineros, librados de tamaño peligro gracias a la astucia -una vez más- del itacense hijo de Laertes.
Esta portada, obra de Marino de Nápoles, el “Marinu de Nea” que la firma (de confiar en la lectura convencional del epígrafe que rubrica los soportes en que termina el baquetón que enmarca el relieve), se encuentra rematada en estilo isabelino (la aproximación castellana a las dulces formas del manuelino portugués coetáneo) por un arco conopial, estando adornada por dos escudos, el de los Guzmán y el de los Mendoza (linajes cuyas sangres se funden en la Casa Ducal), encontrándose éstos sostenidos precisa y no casualmente por la sirena entre sus brazos y cada una de sus dos colas, en un claro gesto protector.
Es de señalar que debemos la identificación certera y completa de la firma de este artista italiano a la historiadora del Arte Carmen Jurado, gestora del Castillo de Santiago.
Esta pétrea sirena con su cola dúplice no es el único símbolo amenazador (o de poder, dicho más suavemente -si queremos) que se asoma desde los muros del castillo y se muestra, de este modo, ante quienes fueran a cruzar los umbrales interiores del castillo: a ambos lados de la portada, dos segures (hachas de carnicero) señalan el poder de vida o muerte del señor de Sanlúcar, su dominio sobre el castillo, la villa y las tierras, su señorío territorial y jurisdiccional sobre Sanlúcar de Barrameda, su gente y sus lugares. Las segures, que conformaban el emblema personal del II duque de Medinasidonia y VII señor de Sanlúcar, don Enrique Pérez de Guzmán el Bueno (como los calamares -o acaso estilizados krakens- lo fueran de su antecesor, el I duque, don Juan, unos calamares que se muestran -como señalamos- en los muros interiores del monasterio de San Isidoro del Campo, en la sevillana localidad de Santiponce, uno de los núcleos primeros del poder de la Casa de Guzmán) no aparecen sólo en este lugar, a ambos lados de la Puerta de la Sirena, sino que se asoman nuevamente a la mirada de propios y visitantes en el interior de la fortaleza, en el Aula Maior del castillo sanluqueño, desde cuyas alturas vigilaban (y lo siguen haciendo hoy día, como entonces) a quienes se aproximasen a los accesos interiores de la Torre del Homenaje, esto es, a las inmediaciones del núcleo y corazón del sanluqueño castillo de Santiago, y con ello, al menos simbólicamente, a uno de los núcleos esenciales de la manifestación del aparato del poder de los duques de Medina Sidonia.
Las segures del II duque, su significado y su lema, cuentan con suficiente entidad como para que les dediquemos, en un futuro, un espacio propio, como sucede con los calamares del primer duque, o con la sierpe de Fez que recoge Pedro de Medina allá por el siglo XVI en los capítulos XIII y XIV de su obra (la “Crónica de los Duques de Medina Sidonia”, por lo que no habremos de abundar ahora, en estos párrafos, en lo relativo a su significado, carácter y naturaleza.
Diremos a este respecto tan sólo que una más de estas armas (de impronta tan explícita) se muestra asimismo en una de las Puertas de la ciudadela medieval de la localidad gaditana de Vejer de la Frontera, dando nombre a la misma: la Puerta de la Segur.
La piedra cuenta con un lenguaje propio, en sus formas y en sus manifestaciones, en sus aspectos estructurales y en sus elementos decorativos, ornamentales y simbólicos: no estamos descubriendo nada nuevo al respecto al señalarlo.
Los grandes edificios medievales (en el fondo, hijos de la Romanidad) como los grandes edificios religiosos, el culmen de los cuales serían las catedrales góticas, junto a los grandes edificios nobiliarios, los palacios y, muy especialmente, los castillos, cuentan con un cuerpo de especialistas constructores, los maestros constructores a los que la tradición francesa denomina “masones” (la “masonería” es, literalmente y en origen, el arte de la construcción).
Junto a los constructores, maestros en el lenguaje estructural de los edificios (el “arte mayor”, que podríamos decir, siquiera en referencia a los volúmenes de lo manejado), es menester mencionar a los canteros, maestros en el lenguaje simbólico estético decorativo (una suerte de “arte menor”, siguiendo el mismo criterio marcado antes).
Ambos, constructores y canteros, los maestros y los trabajadores de la piedra (de la piedra como elemento de sustentación y construcción, pero también de la piedra como elemento decorativo), dominaban los códigos estéticos e internos del lenguaje de la piedra, un lenguaje no accesible a los profanos.