
Cartas de una sombra. «De la inspiración a la pluma»
José Antonio Córdoba.-Esta semana que concluye se ha celebrado el Día del Escritor/a, hemos podido leer artículos de autores que para aseverar sus palabras citan a autores más antiguos como dominio del conocimiento que atesoran. Disculpad, si un servidor además de mala memoria, no lee ni los prospectos de los medicamentos.
No niego, ni ridiculizo la necesidad de atesorar conocimientos para tomar la pluma y escribir, pero también hay que reconocer el “don” de tomar la pluma para exteriorizar el conocimiento que uno alberga dentro de sí, sin haber leído a los grandes filósofos de la antigüedad, ni los contemporáneos.
Está el oficio de escritor, respetable oficio, mal pagado y desagradecido como cualquiera otro de las artes. Después, o quizás, antes, está el escritor pasional, cuya inspiración no la encuentra en las páginas de una tomo polvoriento, sino en lo recóndito de su ser. Ese escritor que se sienta frente a una hoja en blanco y unas veces las consume sin fin, y otras solo acumula polvo sobre la mesa. Ese que se pelea con una musa tan huidiza como atrevida.
El escritor o escritora pasional, vive a la sombra de las editoriales. No escribe por la expectativa empresarial de un mercado volátil e ingrato, lo hace obedeciendo a un interés que en la mayoría de los casos se escapa a su propio conocimiento y control.
Una vez pregunté en cierto local, si para estar en esa pared hay que ser importante, el dueño me respondió: «Todo el mundo es importante, solo les diferencia lo sustancial de la fama». Sinceramente, han sido las palabras más coherentes que he escuchado en muchos años. La fama tiene un precio, un pedestal que una vez se alcanza es como la Nada de La Historia Interminable, te devora sin piedad, olvidando tus inicios, cada escritor tiene su inicio cual hoja en blanco, solo que conforme se apilan las hojas vas olvidando la primera, aquella en la cual plasmaste lo que ahora eres.
Muchas veces, cuando me preguntan por qué escribo, suelo responder: «Solo me limito a transcribir lo que me dicta el niño que hay en mi» Es la manera más sencilla que tengo de explicar la lucha eterna con esta musa que se escurre entre las sombras del jardín de mi mente.
Cada uno de los que nos enfrentamos a una hoja en blanco tenemos nuestros motivos, nuestras musas, nuestros mil mundos por conocer y dar a conocer, pero también tenemos nuestras sombras, nuestros jardines prohibidos, nuestros abismos.
Un escritor no es un ser de luz, como muchos pretenden hacerse ver. Somos más bien un vagón en una montaña rusa del infierno, pero después de todo, conseguimos sacar algo en claro.
El escritor o escritora no se hace, nace. Todos tenemos una mente conectada con la consciencia universal, y como un grifo conectado a una tubería, solo se precisa de abrirlo para beber de esa fuente.
El escritor o escritora no se hace, evoluciona. Somos como los Pokemons, conforme avanzamos en nuestra andadura literaria, experimentamos, aprendemos y finalmente evolucionamos al siguiente nivel. Y con “nivel” no me refiero a conseguir un Premio “…” que no está mal sea dicho de paso, me refiero a nosotros mismos interiormente. Una evolución que después plasmamos en nuestras letras.
El oficio de escritor es una gran aventura con final incierto, aunque pueda ser predecible.
El oficio de escritor es una empresa arriesgada, pues pones a disposición de los demás, los mil mundos que habitan en ti.
El oficio de escritor es no pensar en que ventas tendrás, ni que premios podrás tener, es disfrutar del viaje mientras plasmas en papel tus sueños, tus anhelos, tus pensamientos, tus locuras, unas reales otras imaginarias que con el tiempo se tornarán reales…
Hoy escribo sobre ser escritor, con el simple motivo de divulgar la pasión que a muchos y muchas nos lleva a tomar papel y pluma/bolígrafo/lápiz para plasmar una parte de nosotros entre renglones torcidos, entre risas, a veces, letras humedecidas por las lágrimas, otras con el miedo al qué dirán, pero con el valor de gritarlo…
Muchos vivimos aferrados al olor a papel humedecido por el tiempo, a sentir entre los dedos el tacto de una portada, de una hoja amarillenta, mientras sacudimos el polvo de un libro que leemos de tiempo en tiempo…