Mi alma, el acero que desenvaino

Articulos, Cultura, José Antonio Córdoba

José Antonio Córdoba.-Al inicio de la Edad Media, conforme se establecieron los pueblos germánicos en el imperio romano, se vieron invadidos por la influencia cristiana. El problema para la prédica cristiana no violenta, era ¿cómo podrían los soldados romanos y los guerreros bárbaros pertenecer a esta religión siendo la violencia su estilo de vida? El dilema encontró resolución protegiendo al pueblo y a la obra de Dios de los enemigos, así la violencia también comenzó a hacer parte de ella y un guerrero cristiano luchaba por su rey, por su pueblo, y sabía que lo hacía bien, Dios estaba de su lado. Vemos allí el primer intercambio social y cultural entre formas de vida. Gracias a ese cruce de mensajes, la historia conocería a los que fueron personajes que siguen presentes con su simbolismo en la actualidad: Los caballeros. Es imposible definir a un caballero sin tener en cuenta el caballo y la armadura. Para los antiguos cronistas la palabra caballería se deriva de «cheval», que quiere decir caballo y la utilizaban para describir a aquellos hombres que utilizaban tales herramientas. Durante las batallas en que se disputaron los territorios ocupados por los bárbaros tras la caída del Imperio Romano, el caballo jugó un papel fundamental. Su uso se originó no con fines netamente militares, sino para labores cotidianas. Fue entonces al inicio de estas confrontaciones entre las aldeas originadas en la invasión bárbara, que el caballo se comenzó a utilizar como un arma. Los francos fueron los que mejor adoptaron al caballo como un instrumento de lucha armada, aprovechando las ventajas logísticas a la hora de un combate. Ello lo aprendieron de la habilidad de los árabes con los equinos, después de numerosas confrontaciones en las que los francos triunfaron sólo por la talla de su armamento y su superioridad en número. Fue Carlos Martel, quien pensó en reforzar la presencia de soldados a caballo en el ejército franco, para hacer más efectivo el combate. En la plenitud de la Edad Media, los caballeros fueron también extensión del control de los feudos de los reyes y señores y sus respectivos ejércitos feudales y reales, así el caballero feudal era la protección militar de las tierras otorgadas por su rey y/o su señor en recompensa a su lealtad.

La forja de un Caballero se ve claramente reflejada en la presente: «…mantente alerta, con confianza en Cristo y loable en tu fama.» (Frase ritual para prepararse a ser armado caballero, según el poema francés «Orden de Caballería», de antes de 1250) Entrado el siglo XII, habían pasado los guerreros bárbaros y ahora vinieron los jinetes y los señores feudales, cuyo sencillo código de lealtad se había ampliado y refinado por la influencia de la iglesia y de las damas, y ellos habían entrado a formar parte de una clase social orgullosa, con sus características específicas, manifestadas principalmente en reuniones propias como los torneos, en donde se distinguían entre sí por sus cotas y sus armas. La simbología había logrado más preponderancia, gracias al intercambio social y cultural entre clases y costumbres. De esta manera lo testifica la literatura de la época, principalmente, con el Libro de la orden de Caballería escrito por Ramón Lull; nacido en 1235, era hijo de uno de los caballeros que ayudó al rey de Aragón a recuperar Mallorca de manos de los musulmanes; posteriormente, y gracias a una visión divina, se dedicó a tratar de convertir a los musulmanes al cristianismo; después se dedicaría a escribir muchos libros sobre religión y filosofía, al haber fracasado en su misión evangelizadora en 1316; fue él quien escribió el primer tratado de caballería.

Ramón Lull entregaba lecciones de caballería a través de una narración, en la que un aprendiz de caballero se interna en un bosque, en el que encuentra a un ermitaño, quien le enseña todo lo que un caballero debe ser y saber. En el libro, Lull relata que los hombres, por su naturaleza pecadora, eran escogidos para ser caballero de uno entre mil; porque los caballeros eran hombres con una férrea voluntad, diseñada para defender con fiel respaldo «al rey y a la iglesia»; igualmente, debían luchar contra los enemigos que vinieran de afuera y contra los malvados de la propia comunidad; y para esta labor, se mantenían en forma en los torneos, justas y cacerías. Indudablemente, la consagración a la batalla y al honor guerrero de los primeros caballeros había dado un giro hacia una moral impregnada de elementos religiosos y sociales dados por el papel de los ejércitos en los sistemas sociales de poder de la época. Según Lull, un verdadero caballero era leal, fuerte, cortés, generoso, franco y creyente; tales características debían estar fundadas desde el aspirante a caballero en su tierna edad y conservarse así hasta la tumba, para poder gozar de los honores valiosos en este mudo y de la dicha eterna en el cielo venidero. Es difícil determinar en qué proporción se distribuía la figuración de las dimensiones espiritual y social del caballero, cuál de las dos era más preponderante. Igual la literatura de la época deja constancia de esta última en El Libro de Caballería de Geoffry de Charny, un caballero francés muerto en 1356 al servicio del rey en una batalla en Poitiers, su libro habla de los beneficios pragmáticos y morales de la lucha armada, refiriéndose a «el gran negocio de la guerra». Esto se constituyó en la primera muestra de la excepción a la regla de la lealtad de forma neta a los principios morales de los caballeros.

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