Gobierno líquido
Fernando Cabral.-Decíamos como corolario en una entrega anterior publicada en este mismo medio el 3 de octubre, bajo el título “El Castillo del Vampiro” que una de las consecuencias de la ideología líquida es la de trasladar incertidumbre a a la ciudadanía. No menos inquietud, desasosiego y hasta perplejidad origina un gobierno líquido. En tal caso, la ideología no importa. Lo importante ahora es el poder y permanecer ahí el mayor tiempo posible. No importa lo que se dijo hace años atrás; si hay que sostener lo contrario, se hace, y a otra cosa. En el mejor de los casos, se trata de un pragmatismo mal entendido.
No necesariamente, quienes practican el poder desde un gobierno líquido vienen impregnado previamente de una ideología líquida. Los hay quienes tras haber demostrado firmeza y solidez ideológica en sus propuestas participativas, que llegado al poder transforman en una gobernanza líquida, flexible y voluble, donde las estructuras de la sociedad son simples referencias sociales, llegando a provocar desapego a la política, con el consecuente debilitamiento de los sistemas sociales que contienen al ciudadano. Son estos casos lo que provocan más incertidumbre en la sociedad.
El populismo como envolvente de un gobierno líquido ha dado muestras claras de ser un gran error. El divorcio existente entre la política y la ciudadanía es abismal. Al igual que el divorcio entre la política y el poder real. La clase política con sus vaivenes solo logra debilitarse cada día un poco más, sosteniendo a su vez el surgimiento de nuevas figuras que se aprovechan de la grieta originada. (Alvise y cia.). Deberíamos empezar por votar a los más capaces, y no a los que prometen un futuro mejor que nunca llega.
Lo peor que le puede pasar a un gobierno, más allá de incumplir lo prometido o de una mala gestión, es que sus propuestas e iniciativas no sean identificables plenamente con el fundamento ideológico del partido o formaciones políticas que lo sustentan. Es posible que la flexibilidad que una ideología líquida y su puesta en la práctica en un gobierno sirva para permanecer o perpetuarse en el poder, pero nunca será útil para la transformación social por la que se aboga. El tiempo y la oportunidad perdida jamás se podrán recuperar.
Las coyunturas políticas, económicas y hasta sociales suelen ser las excusas necesarias para el devenir de un gobierno líquido con propuestas e iniciativas de gobierno que, incluso, contradicen los programas electorales y los fundamentos ideológicos de sus protagonistas.
De esta manera, entre muchas otras consideraciones, se es capaz de mantener un sistema fiscal y tributario considerado injusto por no ser lo suficientemente progresivo o renunciar a la atención de los más desfavorecidos desde el derecho que le asisten en favor de entidades privadas que lo hacen desde la beneficencia o no favorecer el laicismo institucional o aparcando el animalismo como principio distinguir honoríficamente a quien hace del maltrato animal un espectáculo y negocio o hacer de las mesas camillas un sucedáneo de participación.
Gobernar para contentar o no molestar con el eufemismo de Gobernar para todos son realidades que determinan un reconocible Gobierno líquido sustentado en una ideología líquida que solo es capaz de ofrecer, cuando menos, incertidumbre.
En definitiva, un gobierno líquido es la plasmación práctica de quienes convierten su ideología en un fluido que desborda incertidumbre en cualquier de los recipientes que la contiene.