Apuntes de Historia DXXXII

Manuel Jesús Parodi

Manuel Jesús Parodi.-De nuevo sobre el actual territorio de Sanlúcar y la Antigüedad (III)

Como venimos señalando desde los párrafos precedentes, el mito, desarrollado a través del relato mítico, no es un cuento sino un vehículo para entender y explicar la realidad, una realidad que trasciende al Hombre antiguo, que le supera, una realidad que desconoce y a la que trata de comprender y explicar con los medios y recursos de los que dispone.

El mito y las fuentes antiguas guardan una muy estrecha relación, marchando en no pocos casos de la mano…

Tartessos, que surge siempre entre las brumas de lo mítico, es uno de los ejemplos quizá más cercanos a nuestro entorno geográfico y a nuestra tradición histórica y cultural de cómo el mito es un mecanismo de explicación de una realidad: el ciclo tartesio se abraza con la mitología griega y aún con la fenicio-púnica, de modo que personajes míticos como el tartesio Gerión y el griego Heracles (con sus resabios del fenicio Melkart) coinciden en un mismo relato mítico, fundiendo dos ciclos originalmente quizá distintos y destinados a perpetuarse en el relato ya único de las hazañas heracleas y la derrotada agresividad geriónida, en el que se trasuntan las relaciones entre los horizontes culturales indígena y foráneo del Suroeste peninsular ibérico. 

El Suroeste luso-español y en su seno espacios como el Estrecho de Gibraltar (el viejo Fretum Gaditanum romano), la Bahía de Cádiz y el Bajo Guadalquivir forman parte de la herencia cultural del mundo mediterráneo, en cuyos horizontes se integran desde la Antigüedad, de lo cual son reflejo relatos míticos como el que involucra a Heracles y Gerión.

Todo ello contribuye a explicar que desde la propia Antigüedad Clásica no pocos autores, al detenerse en la descripción -o siquiera en la simple mención- de estas tierras del Suroeste peninsular hayan hecho a su vez, por ejemplo, alguna mención de la mítica insula Cartare, esa gran isla formada merced a la comunicación por esteros y caños que habría existido entre la Bahía y el ámbito del Guadalete, al Sur, y el lago Ligustino y el ámbito del Guadalquivir, al Norte, una insula Cartare que hoy conocemos como la comarca de la Costa Noroeste (sic) y en la cual se sitúan municipios actuales como los de Rota, Chipiona, Trebujena o la propia Sanlúcar de Barrameda.

En lo que respecta a estas últimas y en relación con estas tierras y riberas, el naturalista romano Plinio el Viejo (Cayo Plinio Secundo, quien vivió entre el 23 y el 79 d.C., año en que se produjo la erupción del Vesubio en cuyo contexto y como consecuencia de la cual fallecería), en su Historia Natural, III.16, habla del carácter sinuoso de los ríos hispanos, considerando los perjuicios que tal naturaleza sinuosa (y móvil) conllevaba de cara a la delimitación de las tierras, las lindes de las mismas y la organización de la propiedad.

Al propio tiempo el mismo Plinio hará la primera mención de las “flechas” de arena del actual Parque Nacional de Doñana, el llamado Mons Hareni (en su citada Historia Natural, III.7), unas “flechas” que terminarían coadyuvando a la colmatación del espacio del viejo Sinvs Tartessii (el Golfo Tartésico) del que siglos más tarde hablaría Rufo Festo Avieno (ya en el siglo IV d.C.) en su obra en verso titulada Ora Maritima (versos 265-306).

Si por su parte el referido Avieno menciona el lago de la desembocadura del Baetis y lo llama Lacus Ligustinus (Ora Maritima, verso 284), otro tratadista romano, Pomponio Mela (natural de Tingentera, en el Estrecho de Gibraltar -fallecido en torno al año 45 d.C.), en su obra de título Chorographia (o De situ Orbis), III.4, recoge la existencia del bosque (el lucus, “lugar sagrado”) Oleastrum en la tierra firme, al margen de lo cual -y en relación con el tema que nos ocupa- se limita a mencionar (Chorographia, III.5) la existencia de un “gran lago” en la desembocadura del Baetis, sin dar su nombre, en lo que constituye un paralelo, grosso modo, con la información que ofrecen los antedichos autores (también romanos) Plinio el Viejo y Rufo Festo Avieno. 

Por su parte, Claudio Ptolomeo (quien viviría entre los años 100 y 170 d.C.), en su Geografía (II.40.10) señala así mismo la existencia en esta gran zona geográfica de un bosque de olivos silvestres, esto es, un acebuchal u Oleastrum, con lo que parece refrendar lo que señala Pomponio Mela, o cuando menos apoyarse en lo dicho con anterioridad por el tingenterano. 

Plinio el Viejo, una vez más, junto a mencionar al bosque Oleastrum (en su Naturalis Historia, III.15), al tratar acerca del emplazamiento de la ciudad de Gades (Naturalis Historia III.7), señala que la tierra firme situada frente a la misma tenía el nombre de costa Curense, y lleva a cabo una puntualización sobre la forma física de la misma, a la que Plinio describe como litus Curense inflecto sinu, el “litoral Curense de curvado seno”.

Podemos señalar que, de acuerdo con el mito (con la mitología), los “curetes” o “curenses”, habrían sido los presuntos habitantes originales y primigenios de estas tierras occidentales peninsulares.

Al mismo tiempo cabe apuntar igualmente que estos “curetes” eran, en el mundo mitológico clásico (y por tal queremos decir grecolatino), unos seres míticos que cuidaron del dios Zeus-Júpiter en su primera infancia, mientras la cabra-ninfa Amaltea se encargaba a su vez del cuidado y crianza del dios de la Luz y de su alimentación durante su período de lactancia, criándose el pequeño dios con la leche de esta ninfa. 

Respecto a estos “curetes”, Justino (en el siglo III d.C.), en su Epítome de Trogo, XLIV 4, 1, los establece en Tartesos, bajo el reinado del mítico rey Gárgoris (uno de los principales soberanos tartésicos), mientras Diodoro Sículo (en el siglo I a.C.), en su Bibliotheca Historica, V, 63-65, señala el papel civilizador desempeñado por esos míticos curetes  en estas lejanas (desde la perspectiva del Mediterráneo Central) tierras de Occidente. 

Unos y otros testimonios parecen enlazar a los curetes con los tartesios, haciendo de los primeros una suerte de “héroes civilizadores” (al tiempo que de antepasados) de los segundos (de los que son un trasunto) y acaso presentando desde la perspectiva del mito a los habitantes de las tierras del Suroeste ibérico, a aquellos que recibieron a los primeros navegantes orientales que llegaron hasta estas orillas.

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