Apuntes de Historia DXXXI
Manuel Jesús Parodi.-De nuevo sobre el actual territorio de Sanlúcar y la Antigüedad (II)”
“Alrededor de Tartessos se ha creado una leyenda, no sólo en la actualidad, sino también en la Antigüedad. A este lugar del extremo occidental del mundo entonces conocido, trasladaron los griegos muchos de sus mitos y, después de su desaparición como entidad política, se crearon alrededor de él leyendas; incluso se perdió el recuerdo de la localización exacta de Tartessos, en el caso de que hubiera existido una determinada ciudad con este nombre”.
Retomamos estas acertadas palabras de los profesores Ángel Cabo (geógrafo) y Marcelo Vigil (historiador), de su trabajo conjunto Condicionamientos Geográficos. Historia Antigua, primer volumen de la “Historia de España” que fuera coordinada por el profesor Miguel Artola, un volumen que viera la luz por primera vez en 1973 gracias a Alianza Editorial y del que manejamos la edición de 1976 [publicado ya por Alfaguara].
Como decíamos hace una semana, iniciamos (hoy también) estos párrafos con esta cita de los desaparecidos profesores Cabo y Vigil (fallecidos respectivamente en 2016 y 1986) precisamente porque el pasado remoto, contemplado desde la perspectiva histórica, de las tierras que configuran el término municipal actual de Sanlúcar de Barrameda guarda mucha relación con ese aún brumoso contexto tartésico, un marco geográfico que desde el Tartessos acaso bien conocido en su momento por los fenicios devendría (como señalábamos en los párrafos precedentes) en la Turdetania coetánea del esplendor de Cartago y desde esa Turdetania devendría ulteriormente en la Baetica con la llegada de Roma a estas latitudes (y con el paulatino y definitivo establecimiento del poder imperial en Hispania) a partir de finales del siglo III a.C.
No se trata de que la geografía del suroeste peninsular en sí misma mute o se transforme, sino de un proceso de “racionalización” de una realidad (la tartésica) que va paulatinamente dejando de formar parte del territorio del mito a los ojos de quienes nos han transmitido la información sobre dicha realidad tartesia, esto es, a los ojos de los inmigrantes mediterráneos (fenicios, griegos, cartagineses…, y al cabo romanos) que desde -cuando menos- los siglos XII-XI a.C, se habrían acercado la Península Ibérica asentándose de manera estable en el ámbito litoral de la misma, para entrar en un terreno ya lógico-racional: Iberia, y Tartesos dentro de ella, van saliendo del territorio del “Mýthos” (el mito) y van entrando en la geografía del “Lógos” (la lógica racional).
Así, dicha realidad “tartésica” iría abandonando el terreno de la geografía “mítica” para insertarse en el contexto de la geografía “histórica”, “racional” (o, si se quiere, “cartográfica”) a medida que se iría incrementando la interacción con los antedichos elementos foráneos y, con ello, se iría aumentando el conocimiento sobre dicho horizonte cultural tartésico por parte de dichos horizontes culturales halóctonos (foráneos), unos elementos que a la postre (Roma) terminarán por integrar en el seno de sus propias estructuras a esta Península del (desde el punto de vista del Mediterráneo Oriental) lejano Occidente, y ello dicho -insistimos- desde la perspectiva de fenicios y griegos: de hecho este Occidente es un verdadero “Fin del Mundo”, un “Tártaro” (“TRT”), y por eso existe un “TRT” occidental, Tartessos, tal y como existe un “TRT” oriental, el “Tártaro”, los cuales (ambos) delimitan los confines del mundo conocido por, por ejemplo, los contemporáneos de la época del griego Hesíodo, autor de “Los Trabajos y los Días” y la “Teogonía” (cuya vida y obra se sitúan entre los siglos VIII y VII a.C.).
Como señalábamos la pasada semana, existen esencialmente dos modos, dos modelos básicos de formas de pensamiento humano, dos formas de comprensión e interpretación del mundo que coexisten y que se combinan (y que no resultan contradictorios entre sí) para ayudarnos a entender y explicar mejor el mundo que nos rodea, el mundo en que nos encontramos: el pensamiento mítico-religioso y el lógico-racional.
El Hombre antiguo emplea los recursos de que dispone (como nosotros hoy) para analizar, entender y, en consecuencia y por ello, “ordenar”, “organizar”, el mundo que le rodea; sin exclusión del razonamiento lógico, será el pensamiento mítico-religioso el que proporcione las bases del entendimiento, de la comprensión del mundo para el Hombre antiguo.
El mito no es un “cuento”, ni una “narración” surgida al calor de las hogueras del invierno; el mito no es sólo un relato religioso: es el mecanismo de inteligencia (que es decir de comprensión) por el cual el Hombre antiguo trata de aproximarse al conocimiento del mundo en el que vive para entenderlo y explicarlo a sí mismo y a su colectivo, al grupo al que pertenece, forjando de este modo señas de identidad y tradiciones ligadas al medio natural y al contexto geográfico (estable o mutable) en el que dicho colectivo se desenvuelve (y se ha desenvuelto a lo largo del tiempo), y construyendo igualmente un imaginario colectivo que dota de identidad al referido grupo y le sirve como elemento de cohesión.
El mito, de este modo, es el procedimiento empleado por las sociedades antiguas para integrarse en el marco natural así como para “antropizar” tal marco (al tiempo que para mantener el cordón umbilical (sic) entre el grupo humano (devenido horizonte cultural) y la naturaleza, la geografía en la que se inserta y que ayuda a definirlo.
Dicho de otra forma, el mito es el mecanismo de expresión y regulación de la integración mutua, bidireccional, entre Hombre y Naturaleza, la herramienta utilizada por las sociedades del mundo antiguo para comprender su presencia en el mundo y, llegado el caso, para explicar, justificar y defender el control humano sobre el medio natural, tal y como expresa el Génesis, por ejemplo, cuando recoge el mandato divino de crecer, multiplicarse y dominar la naturaleza que Yahvé reserva para la estirpe de los humanos (Génesis, 1:28). Así, el mito, desarrollado a través del relato mítico, no es un “cuento” sino un vehículo para entender y explicar la realidad, una realidad que trasciende al Hombre antiguo, que la desconoce y que trata de comprenderla y explicarla con los medios de los que dispone.El historiador que acaso haya profundizado con más acierto en esta cuestión es el rumano Mircea Eliade, cuyos trabajos sobre Historia del pensamiento religioso (y las religiones), en general, y sobre el pensamiento dual y el tiempo cíclico, en particular, redefinieron la concepción existente hasta mediados del siglo XX sobre la coexistencia de “Mito” y “Logos” (Razón).