Voluntarismo en política
Fernando Cabral.-El creciente malestar social se está generando, principalmente, porque los objetivos establecidos por las sociedades modernas en materia de bienestar, en relación con la consolidación de derechos no se están cumpliendo o materializando en la cantidad y dimensión que esperaban las personas.
Como no podía ser de otra manera, la responsabilidad de alcanzar estos logros se deposita en la clase política dirigente; y, es por ello, que ante el constante fracaso en el cumplimiento de las expectativas o de lo prometido, se pone en cuestionamiento a la misma clase política.
Por un lado, se cuestiona la honestidad de sus intenciones y acciones en relación con alcanzar los objetivos declarados, cuestionando sus reales motivos y los efectos esperados de sus comportamientos; por otro lado, también se cuestionan las orientaciones políticas que se consideran como equivocadas o ineficaces en el cumplimiento de sus propósitos.
En este contexto, independientemente de la honestidad o eficacia de las orientaciones políticas, se puede observar a una clase dirigente al vaivén de los cuestionamientos de diferentes grupos sociales, los cuales demandan soluciones incapaces de llevar a cabo por falta de recursos o simplemente exigen seguir disfrutando de sus previlegios. En esos casos, es frecuente que dicha incapacidad de gestión se traslade personalmente a los políticos al considerarse incompetentes o porque no tienen intenciones honestas de satisfacer por temor al coste social o por mero cálculo electoral. Máxime cuando algunas de las demandas sociales se manipulan como arma política arrojadiza.
Obviando del análisis, en un ejercicio de benevolencia, la posible deshonestidad de los dirigentes políticos, nos queda únicamente el cuestionamiento de sus capacidades en articular las metas establecidas por las sociedades modernas. En este escenario, la voluntad política sin ser fruto del orden social, sino una variable más, es sobrestimada en su real poder de transformación social.
Llegado a este punto y en el mejor de los casos, los evidentes déficits de gestión o incumplimientos de lo prometido se pretenden resolver mediante actitudes voluntaristas.
En este campo, el voluntarismo coloca a la voluntad del gobernante por encima de cualquier otra consideración. De esta manera, presupone que la intención del político es suficiente para lograr lo que se propone. Supone que la realidad y las limitaciones que ella impone, no importan, la voluntad del gobernante es suficiente para alcanzar lo prometido o demandado.
En su extremo lógico, el voluntarismo significa suponer que todo lo que el gobernante dice que hará es verdadero y bueno. La voluntad de hacerlo basta y que tiene un poder absoluto para lograr sus propósitos por muy imposible que se puede considerar.
A nadie se le puede escapar la soberbia desmedida que implica en el gobernante que llega a pensar que su voluntad basta para lograr sus metas. El voluntarismo extremo puede crear un mundo ficticio en la mente del político, en el que él todo lo puede y que sin él todo fracasará y, a su vez, una ingenuidad colosal colectiva en el ciudadano al creer que todo es posible si lo quiere el gobernante.
Desde otra óptica, el voluntarismo es también el creer que las intenciones bastan y que la voluntad es suficiente para lograr la meta propuesta. El efecto perverso y poco recomendable como derivada es que cualquier medio es justificable si se tiene la intención y la voluntad de lograr una meta supuestamente deseable. Para alcanzar una meta, bastaría la voluntad de unos gobernantes al que se les atribuyan las más altas cualidades éticas y morales para que la sociedad prospere.
El voluntarismo es una posición que en política cree que basta con la elección del gobernante adecuado para que la voluntad de este mejore la vida de los ciudadanos. Se presta admirablemente al populismo y al establecimiento de regímenes con escasos niveles democráticos.
Pero los voluntaristas, a la larga, se estrellan contra la tozuda realidad. Entonces se acude de forma admirable a las medidas populistas y, cuando no, a la búsqueda de chivos expiatorios a quien culpar con la intención de que se siga ignorando la realidad.
Un caso palmario de voluntarismo populista es cuando un responsable político llevado por su actitud voluntarista se presta a suplir personalmente la carencia de personal en un determinado ámbito laboral público, cuando en realidad lo que se espera de él, en el marco de su responsabilidad, es una gestión que palíe esa carencia con las medidas lógicas para ello.
Una respuesta plausible al paradigma de un voluntarismo extremo en política en la medida que sean evaluadas con patrones democráticos aceptables es la que garantice mecanismos de deliberación y participación ciudadana.