Comedor, lavadora y parque temático
Fernando Cabral.-“Abrir debates sociales a partir de teorías particulares e intentar que toda la realidad gire sobre ellas, no suele dar el resultado previsto en cuanto a la solución de las causas que dan lugar a los problemas existentes y sus consecuencias. El resultado del problema es posible que se solucione con las medidas adoptadas, pero la realidad social apenas se modificará, lo cual no es bueno para la sociedad y mucho menos para las políticas progresistas, que deben tener como objetivo contribuir a la transformación social.”
Con este preámbulo o previa reflexión comienza un interesante y recomendable artículo de título “Del «binarismo biológico» al «binarismo legal»”, Miguel Lorente, Profesor de Medicina Legal en la Universidad de Granada y Médico Forense. Pero no, no vamos a tratar este difícil peliagudo asunto.
Dicha introducción, se trata de una reflexión tan amplia que resulta perfectamente aplicable a cuantas circunstancias sociales, económicas y políticas se quieran atajar con un reduccionismo binario y sin entrar en el fondo social. En otras palabras, para un gobernante ser consciente de la realidad es recomendable, pero lo que no es tanto es ser consciente de esa realidad y teniendo herramientas no hacer nada para cambiar el sustento social que la articula.
Turismo sí o turismo no, es un falso dilema, el tema está en adoptar con la implicación y participación de todos los agentes sociales y ciudadanos, las medidas necesarias de presente y de futuro para una transformación económica y social en el que el turismo deje de ser la única industria viable y, aunque precaria, casi exclusiva salida laboral a jóvenes y no tan jóvenes, y su desgraciada alternativa no sea tan fácil como lucrativa.
Sanlúcar como tantos otros lugares se está viendo abrumada por un turismo masivo. Hay quienes legítimamente defienden que es la solución y quienes, por contra, lo ven como el problema. Los que lo ven como solución, no miran las consecuencias y los que lo ven como problema, solo ven las consecuencias negativas. De esta manera, unos proponen legislar mientras los otros, defienden que sea el mercado el que lo autorregule.
Por eso, para algunos la ciudad es un gran comedor que pierde la excelencia gastronómica a pasos agigantados, para otros es también una eficiente lavadora a la que no faltan quienes se prestan a aportar irresponsablemente el detergente blanqueador necesario y, por último, los resignados creen que se convertirá en un insufrible e insustancial parque temático formado por un conjunto de pisos turísticos cuyo entorno se adorna con toda clase de abalorios festivos y cartón piedra, cuya norma general es que todo vale y todo se consiente.
Este modelo económico y social dista mucho del que debe sustentar ese imaginario modelo de ciudad amable que algunos dicen vacuamente perseguir.
No pocos observatorios sociales y económicos están dando la voz de alarma del riesgo del excesivo peso del turismo en el PIB nacional, autonómicos y locales, y que está sobredimensionado el turismo como industria para el poco peso social que aporta, en calidad de empleo y desarrollo económico. Sin embargo, año tras año, comprobamos que estamos inmersos en una loca e irresponsable carrera y competencia para ver quién oferta más de lo mismo, no en calidad sino en cantidad, con el beneplácito de las administraciones competentes, nacional, autonómicas y locales, sin tener en cuenta las consecuencias sociales y económicas que acarrea en cada ámbito.
La compra de viviendas y su posterior transformación en alojamiento turístico no suele estar al alcance de particulares honrados y honestos, sino de determinados fondos de inversión, los conocidos como fondos buitres. En las grandes ciudades, sobre todo, estos fondos de inversión han encontrado en este lucrativo negocio, un espacio pintiparado para especular y, llegado el caso, para blanquear dinero de dudosa procedencia legal. La consecuencia, un imposible acceso a una vivienda digna para la mayoría social.
En este lado de la orilla del Guadalquivir, como en tantos otros lugares, se quiera reconocer o no, al margen de los honestos y honrados hosteleros y profesionales del turismo, una buena parte del dinero negro se lava presuntamente con inversiones inmobiliarias muy relacionadas con el turismo.
Reconocer que la ciudad se ha convertido en un gran comedor, en una no menos gran lavadora y se encamina a ser un parque temático no declarado, y encogerse de hombros como si fuese una maldición divina con la que debemos saber convivir o a la vez articular medidas para que siga así, no es lo que esperamos muchas y muchos de quienes no hace mucho se manifestaban en contra de esta realidad.